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jueves, 5 de diciembre de 2013

La drogadicción, un mal que crece

Arzobispo de Medellín
Mons.  Ricardo Tobón Restrepo





El tema del narcotráfico, en nuestro país, ha sido bastante comentado y debatido; sin embargo, una realidad tan cercana y tan grave como es la toxicomanía o abuso de drogas no ha tenido el mismo análisis ni ha causado igual preocupación. Tal vez, sólo para el primero, por sus connotaciones económicas, tenemos presiones y compromisos internacionales. De esta manera, sin una voz de alarma y sin un control serio, ha ido creciendo de modo inquietante la drogadicción en nuestra sociedad. Incluso, un manejo ambiguo del problema ha permitido que se minimicen los riesgos y que aumente la tolerancia social. 

Cuando llega este mal, las personas entran en un proceso de autodestrucción, se desestabilizan las familias, los jóvenes pierden su disposición para el estudio y el trabajo, cunde la desconfianza y el temor en los barrios, aumenta la violencia, se acrecienta la irresponsabilidad en el manejo de la sexualidad, se multiplican negocios ilícitos que causan daños nefastos en el tejido social, y en todo esto se da, según se oye decir, la complicidad y la corrupción de algunos dirigentes, miembros de las fuerzas de seguridad y funcionarios de la justicia. Así el consumo de drogas se va integrando en la sociedad como un elemento que no se cuestiona suficientemente y ensombrece más nuestro futuro.  


El tema del narcotráfico, en nuestro país, ha sido bastante comentado y debatido; sin embargo, una realidad tan cercana y tan grave como es la toxicomanía o abuso de drogas no ha tenido el mismo análisis ni ha causado igual preocupación. Tal vez, sólo para el primero, por sus connotaciones económicas, tenemos presiones y compromisos internacionales. De esta manera, sin una voz de alarma y sin un control serio, ha ido creciendo de modo inquietante la drogadicción en nuestra sociedad. Incluso, un manejo ambiguo del problema ha permitido que se minimicen los riesgos y que aumente la tolerancia social.  

Cuando llega este mal, las personas entran en un proceso de autodestrucción, se desestabilizan las familias, los jóvenes pierden su disposición para el estudio y el trabajo, cunde la desconfianza y el temor en los barrios, aumenta la violencia, se acrecienta la irresponsabilidad en el manejo de la sexualidad, se multiplican negocios ilícitos que causan daños nefastos en el tejido social, y en todo esto se da, según se oye decir, la complicidad y la corrupción de algunos dirigentes, miembros de las fuerzas de seguridad y funcionarios de la justicia. Así el consumo de drogas se va integrando en la sociedad como un elemento que no se cuestiona suficientemente y ensombrece más nuestro futuro.  

Es preciso reconocer un vínculo hondo entre la patología mortal causada por el abuso de drogas y una patología del espíritu, que lleva a la persona, en una crisis existencial del sentido de la vida, con ausencia de valores trascendentes y deteriorados sus nexos con la sociedad, a huir de sí misma y a buscar placeres ilusorios, en una evasión desesperada de la realidad. Frente a esto no se puede negar una responsabilidad social de todos, pues quienes llegan a la drogadicción van frecuentemente acosados por la desintegración de la familia, el desempleo y las situaciones infrahumanas de vida. Finalmente, en la raíz está la pérdida de valores éticos y espirituales. 

Es preciso reconocer la labor de muchas familias, de diversos centros educativos y de varias instituciones en la formación de los niños y los jóvenes, en la prevención de la toxicodependencia y en la asistencia a quienes son víctimas de la drogadicción. Un especial reconocimiento merece la generosidad y competencia de tantas personas de gran corazón que trabajan en las comunidades terapéuticas. Igualmente, la Iglesia Católica se ha empeñado a través de múltiples iniciativas en una pastoral de las adicciones. Sin embargo, todavía debemos ser más eficaces en un acompañamiento de los adolescentes y de los jóvenes y en la ayuda a quienes han entrado por esta vía oscura de la drogadicción.  

Con todo, no será posible resolver este problema, que puede ponernos en una situación de difícil retorno, sin la conciencia y el compromiso de todas las fuerzas vivas de la sociedad. Urge renovar la vida y la misión de la familia; entender y realizar la educación, en todos los ámbitos en que es posible, como la oportunidad de construir la persona humana; aprovechar los medios de comunicación social para hacer propuestas positivas que den aliento y sentido a la comunidad; establecer amplios consensos sociales que deriven en políticas públicas de corto y largo alcance para ayudar a las nuevas generaciones a situarse armoniosa y productivamente en el mundo. Sobre todo, es necesario trabajar porque quienes han caído en la droga no pierdan la esperanza y entiendan que pueden comenzar de nuevo.

Fuente: Pastoral Sacerdotal Arquidiócesis de Medellín 

jueves, 21 de octubre de 2010

El temor a los hijos



por Joaquín Rocha
Psicólogo especialista en Educación para la Comunicación

No podemos negar que las familias absorben, de la sociedad, la ausencia de autoridad, como así también el autoritarismo. Ambos extremos mantienen un hilo en común: el temor.

Esto sumerge a la familia en una crisis, que provoca que los padres no actúen con responsabilidad frente a ciertas conductas demandantes de los hijos.

Los padres temerosos se consideran erróneamente tolerantes y dejan que sus hijos tomen sus propias decisiones, establezcan sus propias normas y regulen solos su propio comportamiento.

La falta de autoridad genera en los niños: falta de seguridad y falta de respeto. Seguridad y respeto que los padres no poseen para ellos.

¿Por qué le cuesta tanto a un padre asumir y ejercer la autoridad? Una de las principales causas es la culpa que les nace por no pasar un tiempo suficiente con ellos, debido a la vorágine mercantilista en la que están metidos. Muchas son las veces en que, por creer en “más te doy, más te quiero” y no poder conceder aquello que suponen que sus hijos deben tener, les permiten actuar sin censurarles ningún acto, convirtiéndose, así, en cómplices. Si el niño es más fuerte que los padres, no se podrá sentir protegido por ellos. En otros casos, cuando los padres son inseguros y con baja autoestima, buscan ser aceptados por sus hijos, al no confiar en sus propias decisiones ni en su capacidad para defenderlas.

Son los mismos padres quienes después se lamentaran por sus hijos irresponsables, malos estudiantes, contestatarios, que caerán con facilidad en el alcohol y las drogas, y hasta incurrirán en acciones delictivas. La respuesta será: “No sé por qué es así, si le di todo”. Seguramente le haya dado de todo, excepto límites.

El no contradecirlos oculta otro temor: el dejar de ser querido por los hijos o, aún peor, que no los hagan sentir “buenos padres”. El miedo al conflicto y a inculcarles recuerdos indeseables colocan al sí por delante del no.

El objetivo como padres es hacer del hijo/a la mejor persona posible. No podemos hablar de excelencia en la educación, si falta uno de estos dos ingredientes: amor y límites. Esto ayudará a que las acciones del hijo estén encaminadas hacia la toma de responsabilidades, que reconozca sus errores cuando los comete, a ponerse en el lugar del otro y a ser solidario.

Los padres deben tener en cuenta que lo que se limita es la conducta no los sentimientos que la acompañan. Un límite puesto con respeto no afectará la personalidad del niño/a, sino que la fortalecerá. Un límite nunca debe humillar.
Es importante saber que la puesta de un límite no significa autoritarismo. Los padres temen ser represores y que su autoridad se exprese a través de la imposición.

La familia, como lo hemos venido diciendo, es la encargada de enseñar valores y modelos de comportamiento. Si bien no hay reglas fijas, ya que cada uno es diferente, se debe encontrar un equilibrio entre autoridad, límite y permisividad. Esto ayudará a lograr una simetría, y, de este modo, la familia no será trasmisora de una excesiva autoridad o excesiva permisividad. Bien sabemos que los extremos siempre son malos, y las consecuencias a futuro son, por demás, negativas.

Antes que nada, para enseñar a un hijo/a cuál es el camino más acertado, los padres deben ser conscientes y responsables de su propio camino. Deben mostrarle el adulto que los protege y guía. No necesitan ser sus amigos, pero sí estar dispuestos siempre a escucharlo y a guiarlo. Debe existir confianza, pero el padre siempre es el padre y jamás debe dejar de ejercer ese rol.

Fuente: San Pablo on line

miércoles, 16 de junio de 2010

"Un Camino en la Pastoral Familiar"- Revista

La tecnología nos acerca, antes era impensado tener a mano tantas herramientas útiles para consultar. La revista "Un camino en la Pastoral Familiar" es una publicación de la Arquidiócesis de Buenos Aires.

Para quienes no estén muy familiarizados con el uso de estas herramientas, bien vale una breve explicación.

. Clickear sobre la imagen y se ampliará.
. En la parte superior se encontrarán una serie de iconos, clickear sobre el que dice pantalla completa y a partir de allí, en los extremos laterales se verán unas flechas que permiten pasar las páginas, avanzar o retroceder.

Espero puedan utilizarla sin inconvenientes y disfruten del material que contiene, educativo y formativo, especialmente para padres.

martes, 2 de febrero de 2010

Los padres, los protagonistas naturales más inmediatos en la tarea educativa

Por
Javier Úbeda Ibáñez


Una auténtica y efectiva educación requiere necesariamente la existencia de una auténtica y efectiva intimidad


La familia es el ámbito más próximo, tanto biológica como espiritualmente hablando, de la persona humana individual y concreta, a la cual pertenece primariamente la titularidad de los derechos de índole natural. La conveniencia de comprender esta tesis resulta en la actualidad tanto más clara cuanto que no es lícito desconocer que hoy por hoy se ataca a la familia desde muy variados frentes y que existe, por otra parte, una fuerte tendencia a absorber los derechos de la persona humana individual en los cometidos propios de la sociedad en su conjunto y del Estado como su gestor y promotor.

La tarea educativa encuentra sus protagonistas naturales más próximos o inmediatos en los padres, porque éstos son, por principio, quienes más cerca se hallan de quien tiene el derecho a ser educado. En la vida de la familia este derecho coincide con un deber de los padres como responsables primarios de la formación de sus hijos. Pero adviértase que, al hacer esta afirmación, no pretendemos estar tratando de la actividad educativa como un complemento natural de la generación de la prole. De este aspecto ya hemos hablado en otro artículo. Ahora se trata, tan sólo, del argumento basado en la máxima proximidad existente, en el caso de los padres y los hijos, entre el educador y el educando. Queremos decir, en suma, que el primer titular del derecho a ejercer la educación es quien tiene la mayor proximidad respecto de quien posee primariamente el derecho a que se le eduque.

Y se trata, sin duda, de una proximidad que alcanza el grado de la intimidad. No es tan sólo, de hecho, una cercanía física, ni ésta representa propiamente la única ni la mejor forma de estar próximos los hombres entre sí. El hogar, la familia, constituye indudablemente un cierto ambiente físico en el sentido más material y topográfico de la palabra; pero no es ese su sentido fundamental. Más decisiva es la proximidad de carácter biológico y, sobre todo, esa cercanía de los espíritus en que la esencia de la intimidad consiste.

Una auténtica y efectiva educación requiere necesariamente la existencia de una auténtica y efectiva intimidad. Naturalmente, estamos tomando aquí la educación, no en el mero sentido de lo que se llama la instrucción o enseñanza, sino en sus más hondas dimensiones, que sin duda son las formativas. Hablamos, en una palabra, de la educación como formación de la persona en sus más altos valores. Pues bien, tal formación exige la máxima intimidad entre el educador y el educado: la que puede y debe darse, por principio, en el ámbito familiar.

En relación con ello, no parece que resulte improcedente, sino muy oportuno, el tener en cuenta las graves deformaciones y trastornos mentales dimanantes, a la corta o a la larga, de que los hijos, sobre todo en los primeros años de su vida, no sean tratados suficientemente por sus padres. Tales deformaciones y trastornos son sencillamente el resultado de la falta de una intimidad indispensable para la salud mental del educado. Y todo esto quiere decir, por tanto, que no son suficientes los cuidados físicos y las demás atenciones que los hijos pueden recibir fuera del seno de la vida de la familia.

La intimidad compartida es la condición indispensable para poder superar el egoísmo. Es ésta una condición que representa el más primario elemento en la formación moral del ser humano. Incluso cabe decir que toda la formación moral no es otra cosa sino el proceso en el que se va desarrollando la superación del propio yo y de sus exclusivos intereses meramente particulares. Hoy se habla mucho de la necesidad de realizarse pero tal vez se olvida que la realización de la persona es un continuo abrirse a los horizontes que gradualmente trascienden la vinculación al propio yo.

En la intimidad de la familia comienza el aprendizaje de la virtud de la solidaridad. Claro que la necesidad de esta virtud para el íntegro desarrollo de la persona humana puede y debe justificarse con razones de valor objetivo, y ello de tal manera que la solidaridad no se convierta en un puro y simple sentimiento, por muy generoso que éste fuera. Pero es un hecho innegable que, tanto en esta virtud como en las otras, el ejemplo puede más que las palabras. De ahí que el calor y la fuerza del ejemplo que constituye la íntima solidaridad de la familia no puedan ser reemplazados por argumentos abstractos que no poseen el apoyo de una experiencia iniciada en los primeros años de la vida.

miércoles, 20 de enero de 2010

Afectividad y carácter


La educación de la afectividad es un aspecto de decisiva importancia en la educación del carácter.

Y para educar correctamente la afectividad es cuestión clave que los padres se quieran mucho entre sí y que quieran mucho a los hijos.

— ¿No es un poco utópico todo eso?

No creas, porque se comprueba continuamente cómo un ambiente familiar frío, desconfiado, o excesivamente rígido, puede hacer que un chico o una chica nunca lleguen a adquirir un sano equilibrio en su afectividad.

Cuando a los hijos les faltan en su infancia y adolescencia modelos claros de lo que es el cariño, no aciertan a captarlo bien tampoco después.

— Pero no siempre nos lo ponen fácil. Hay temporadas en que no se dejan querer, que son auténticos erizos...

No es para tanto. Además, ellos mismos se dan cuenta de que están raros, pero les cuesta vencerse. Compréndeles. Interésate por lo que a ellos les interesa, aunque te parezcan bobadas. Cuando conozcas un poco su mundo, descubrirás que es algo vivo y atractivo, y disfrutarás con ello, les entenderás mejor y te sorprenderás de los avances.

— Pero a veces tienen unas actitudes poco respetuosas y no se les puede comprender todo...

Comprender no es consentirlo todo. La convivencia familiar debe edificarse sobre un gran respeto por las personas: por el marido, por la mujer, por cada hijo, por el abuelo o la abuela si viven también allí.

Normalmente no hará falta explicarle que debe tratar bien a todos: lo ve, no hay que decírselo.

Sería interesante examinar con qué cuidado tratamos a cada uno. Si hay la suficiente consideración con todos. Si hablamos a todos y de todos con respeto y cariño. Si actuamos con justicia y lealtad también en su ausencia, de forma que si el interesado estuviera presente, quedara agradecido por el modo en que se habla de él; y que si hablaran de nosotros y pudiéramos escucharlo, quedáramos también agradecidos.

Saber llevarse bien es más importante de lo que parece.

— Creo que hay bastante gente que sabe ser agradable, y en las relaciones sociales son muy comunicativos y grandes conversadores, pero luego en su casa son intratables. Supongo que siempre es más fácil ser amable con los de fuera un ratito...

Cualquier persona inteligente sabe que las relaciones sociales más importantes son las de su propia casa. Por eso conviene estar vigilantes ante las grietas de la convivencia y del cariño dentro de la familia, ante esos enfrentamientos estúpidos, ante esa discusión idiota, ante esa sequedad de afecto, ante ese egoísmo de fondo o aquel orgullo tonto..., porque tontamente pueden estropear cosas muy valiosas.


Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Fuente: Fluvium

jueves, 15 de octubre de 2009

Cómo intentar ser mejores padres


Nadie tiene la receta, sin embargo hay algunos principios generalmente aceptados sobre los que vale reflexionar.

1. Respetarse como personas y pares en la pareja: Una de las mejores cosas que un padre puede hacer para sus hijos es respetar a su madre. Padres y madres que se respetan entre sí, y dejan que sus hijos lo vean, promueven un ambiente seguro para ellos. Si los niños ven que sus padres se respetan, sentirán que ellos también son aceptados y respetados en sus individualidades.

2. Pasar tiempo con sus hijos: Lo que hace un padre con su tiempo les dice a los chicos acerca de lo que ellos representan en su vida. Si usted está siempre ocupado y no tiene tiempo, van a sentirse descuidados. No se olvide que los pibes crecen más rápido de lo que uno supone y hay oportunidades de juego o aventuras irreproducibles e irrecuperables.

3. Ganar el derecho de ser escuchado: Muy a menudo, las únicas situaciones en las cuales un padre les habla a sus hijos es cuando los reprimen. Es recomendable no llegar a ese extremo si quiere valorar el diálogo franco y la comunicación. Dedique tiempo a escuchar sus ideas, sus sueños y sus problemas.

4. Disciplinar con cariño: Todos los niños necesitan disciplina y consejos, no para castigarlos, sino para poner límites razonables. Recuerde a sus hijos de las consecuencias de sus acciones y déles recompensas significativas para la conducta deseable. Los padres que disciplinan de una manera justa y tranquila muestran su amor para sus hijos.

5. Actúe como un modelo para imitar: Los padres somos modelos para nuestros hijos, lo reconozcan o no. Una niña que pasa tiempo con un padre que le demuestra afecto, por ejemplo, crece sabiendo que merece ser tratada de una manera respetuosa por los varones, y qué debe buscar en su futura pareja. Los padres pueden enseñar a sus hijos lo que importa en la vida por demostrar honradez, humildad, y responsabilidad.

6. Tenga una actitud docente: Demasiados padres creen que la enseñanza es algo que hacen los demás, o que para eso los chicos van a la escuela. Sin embargo, cuando les transmitimos -por ejemplo- el sentido del bien y del mal, y los animamos a hacer perfeccionarse, en algún momento los chicos comenzarán a hacer buenas elecciones. Recuerde que las lecciones básicas de la vida se aprenden en la casa.

7. Comer juntos en familia: Compartir las comidas (o alguna de ellas) es importante en la vida familiar porque puede resultar uno de los pocos momentos de diálogo concreto y más relajado entre todos los integrantes.

8. Leer a sus hijos: En un mundo donde la televisión frecuentemente domina las vidas de los niños, es importante que los padres les lean a sus hijos. Los niños aprenden mejor por hacer y por leer que por mirar pasivamente y escuchar. Inculcar el amor a la lectura es una manera excelente de asegurar el crecimiento personal y profesional para toda la vida.

9. Demostrar cariño: Los niños necesitan la seguridad que viene del saberse queridos, aceptados, y amados por los integrantes de su familia, y especialmente por sus padres. Y demostrándoles afecto a diario es la mejor manera de hacerles saber que son amados.

10. El trabajo de padres no termina nunca: Aún en la adolescencia, la juventud y hasta cuando ya están listos para dejar la casa paterna, los hijos buscarán en sus padres consejos y sabiduría. Ser un buen referente y que los hijos lo entiendan de ese modo, también es un símbolo de que todos lso otros consejos funcionaron en su momento y su lugar.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Conocer el carácter de los hijos para saber educarlos


Para saber educar, es necesario el conocimiento de cada uno de nuestros hijos. También, el propio conocimiento nos es de gran ayuda. Ya Sócrates decía: ''Conócete a ti mismo''. Del conocimiento propio, de la aceptación de nuestras limitaciones y del esfuerzo que hacemos para crecer en virtudes, nace la fuerza para educar. No olvidemos nunca que educamos por ósmosis y por contagio.

No podemos hablar de mejora si nosotros mismos no nos damos prisa en rectificar cuando nos equivocamos, o no tenemos paciencia con nuestros defectos.

Haciendo referencia a la educación de nuestros hijos, es importante observar cómo reaccionan para comprender muchas de sus maneras de actuar. Para saber observar, tenemos que ofrecer mucho de nuestro tiempo al negocio más importante de nuestra vida: la educación de los hijos.

Se trata de que sean responsables y se desarrollen correctamente, con seguridad y con la autoestima necesaria para afrontar todas las circunstancias de su vida de forma positiva.

Dedicando tiempo y con observación y serenidad, no hablaremos a todos de la misma manera, ya que consideraremos que son personas únicas, irrepetibles y, por tanto, desiguales. Es una equivocación creer que los padres tienen que educar a todos los hijos de la misma manera.

Por eso, hoy reflexionaremos sobre algunas particularidades del carácter que nos sirvan de pauta para mejorar nuestra actuación, para conocer mejor y comprender mejor a estos hijos. Es una herramienta de la psicología que se tiene que utilizar convenientemente, con sentido común, teniendo en cuenta que es sólo un apoyo, ya que lo fundamental para conocer es amar a cada hijo como es y extraer al máximo sus posibilidades.

Los tres rasgos característicos del carácter son, según Le Senne: la resonancia, la emotividad y la actividad. La resonancia es la repercusión que las impresiones tienen sobre el ánimo de cada persona. Hay personas que reaccionan más impulsivamente. En ellas las impresiones tienen un efecto inmediato y las olvidan al momento: las llamamos primarias. Y en los que reaccionan de una manera más reflexiva, las impresiones perduran en su conciencia e influyen en su conducta, incluso cuando ha pasado mucho tiempo: las llamamos secundarias.

Por ejemplo, si a una persona primaria le dan un pisotón en el autobús, su reacción será de protesta pero, antes de llegar al final de su trayecto, ya lo habrá olvidado. Una persona secundaria, en cambio, con el mismo pisotón, no dirá nada, pero el disgusto le durará un rato después de pasarle este hecho. De una manera sencilla, aquí tenemos la diferencia. Igualmente, ante una ofensa recibida, el que es primario olvidará fácilmente, pero no así el que es secundario, que vive más del pasado.

Con respecto a la emotividad, si miramos la fotografía que encabeza el artículo, vemos que tenemos un niño emotivo. El emotivo se conmueve por todo, aunque a veces no se note. Tiene cambios de humor, inquietud, impresionabilidad. En una familia, viendo todos la misma película y con la forma de reaccionar ante una escena, captaremos quién es el más emotivo. El no emotivo, ya lo dice la misma palabra, no se conmueve fácilmente. Se muestra normalmente tranquilo y de humor poco variable.

La actividad es lo más difícil de averiguar. Podríamos confundirla con el movimiento continuo de las personas impulsivas o nerviosas. Puede decirse que el activo tiene que obrar constantemente, que incluso en el tiempo libre busca situaciones para actuar; mientras que el inactivo es una persona que actúa poco, y cuando lo hace es, especialmente, por afán de superación, por amor, por obligación o por cumplimiento del deber, aunque puede estar sin actuar mientras deja correr la imaginación o descansar sin hacer nada. El activo lo hace por el placer de actuar. El inactivo no tiene esta inclinación.

Éstos son los rasgos principales del carácter. Servirán para identificar la manera de ser y, sobre todo, para comprender no sólo a nuestros hijos sino también a nuestra familia y a las personas con las que nos relacionamos. También para aceptarnos a nosotros mismos. Nunca colocaremos ninguna ''etiqueta'' a nadie porque todo es susceptible de mejora. Todas las personas tenemos capacidad para mejorar y rectificar, si estamos oportunamente motivadas.

Victoria Cardona. Educadora familiar
Fuente: Fluvium.org

domingo, 23 de agosto de 2009

Caprichos infantiles ¿qué hacer?


1- Disciplina sin agresión

No tienes que gritar o reprochar para negarles las cosas. La disciplina consiste en poner reglas y cumplirlas como consecuencia natural, no como represalia. Si el niño cena bien, podrá ver su programa favorito; pero si no lo hace, perderá esa oportunidad. La simple consecuencia será su maestra. Tus reproches sobran y sólo generan coraje.

2- Entrena la tolerancia

Para saber esperar también se entrena y lo ideal es que ese entrenamiento se tenga en casa, rodeado de las personas que más nos quieren. Haz que tu hijo espere por algo para que cuando lo tenga lo aprecie mucho más. Si la nueva maestra que le tocó en este ciclo escolar no le cayó bien, es una maravillosa oportunidad para empezar a desarrollar su paciencia.Tus hijos deberán entrenar duro para encontrarle lo bueno a esa persona. Aprenderán así a descubrir en ella sus fortalezas en vez de enfocarse en las debilidades. Este ejercicio de tolerancia es parte del equipaje que necesitarán para su vida laboral y en pareja, y si hoy cuando son pequeños no lo practican difícilmente lo podrán improvisar cuando sean adultos.

3- Cambia tu concepto de "buena madre"

No es necesariamente la que consiente a sus hijos y les da todo lo que piden. No es, tampoco, la que les da todo lo que ella no tuvo. Se requiere de mayor valor y sacrificio para negar que para otorgar y en esa situación se le demuestra el amor maduro de los padres. "Pero no me cuesta nada", comentan algunas madres que no quieren perder su popularidad con los hijos. "Si no los mimo ahora que son pequeños, ¿qué me queda para cuando sean grandes y se vayan?. Este es otro de los argumentos que nos habla de que muchas veces consideramos a los hijos como nuestra propiedad, como seres que vinieron al mundo a hacernos felices y no al revés. Deberemos aguantarnos las ganas de consentirlos por hacerles un bien.

4- Dales la oportunidad de demostrar sus recursos

Antes de ver cómo les solucionas los problemas, cómo les compensas tus ausencias o tus errores, o consentirlos en sus caprichos, dales la oportunidad para que saquen a relucir su ingenio, su creatividad, su tolerancia o cualquier otro recurso interno para resolver lo que no les gusta. No permitas que la culpa te traicione.

Fuente: Buenhogar. ¿Cómo hacer niños adaptables?. Dra. Julia Borbolla, psicóloga infantil.

miércoles, 29 de abril de 2009

Educación sexual, una cuestión de valores


La tasa de fecundidad adolescente precoz se triplicó en la Argentina en los últimos 40 años: más de 3 mil bebés nacen anualmente de chicas de entre 10 y 14 años y hay 900 mil madres niñas en todo el territorio nacional, según estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación. Es decir, 3 de cada 20 argentinos son hijos de madres adolescentes. Leer más

miércoles, 1 de abril de 2009

Nuestros hijos nos miran


Comentario:

Nuestros hijos se guían más por lo que ven que por las palabras y discursos interminables que podamos decirles. La coherencia es un valor ausente en muchos ambientes y es necesario recuperarlo rápidamente.


lunes, 23 de febrero de 2009

Niños hiperactivos

Más de la mitad de los padres de niños hiperactivos sufren el mismo trastorno
Los expertos han coincidido en la necesidad de tratar a los padres para que la evolución de los pequeños sea más favorable.

Más de la mitad de los padres que acuden a un especialista ante la sospecha de que su hijo padece un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) descubren que ellos son también víctimas de este mismo problema.

Así lo ha indicado en una conferencia de prensa el doctor Alberto Fernández, jefe de Neuropediatría del Hospital Quirón de Madrid, uno de los veinte responsables de este área de distintos hospitales españoles, que participan en una investigación sobre una enfermedad que afecta a uno de cada diez niños mayores de 6 años.

Los expertos han coincidido en la necesidad de tratar a los padres para que la evolución de los pequeños sea más favorable y, con este objetivo, están elaborando un protocolo de actuación. Fernández ha explicado que el primer paso sería diagnosticar el problema en los progenitores y ponerles en tratamiento farmacológico, porque deben ser valorados "más urgentemente" que los propios niños.

En muchos casos, ha comentado el doctor Fernando Mulas, jefe de Neuropediatría del Hospital Universitario de La Fe, en Valencia, los padres tienen otras patologías asociadas como ansiedad, estrés o depresión, con una mayor prevalencia en el caso de las madres. Mulas, coordinador de este grupo de investigación, ha relatado que el TDAH es una enfermedad que obedece a un desequilibrio de las sustancias neuroendocrinas cuyo origen es hereditario en un 85 por ciento de los casos.

Tratar antes a los padres

Por lo tanto, en muchas ocasiones antes de tratar a los hijos es necesario analizar el estado de los padres porque "la mayoría" sufren estos mismos desajustes. Al tratarse los adultos primero, en su opinión, los pequeños evolucionarán en su pronóstico de forma más positiva, ya que se evitan cuadros de ansiedad familiar y reciben un mayor apoyo. Los investigadores desarrollarán en primer lugar un estudio epidemiológico sobre TDAH, ya que la enfermedad está infradiagnosticada en España.

Un 20 por ciento de los niños con TDAH no están diagnosticados y, de los que sí lo están, en un 8 por ciento de los casos el cuadro es erróneo y padecen como patología principal otro trastorno diferente. Los especialistas señalan que no basta con una entrevista personal sino que es importante la realización de pruebas clínicas complementarias de radioimagen, neuropsicofisiología y neurofisiológicas, para descartar que el niño sufre otras patologías diferentes como enfermedades metabólicas, epilepsia o lesiones cerebrales en el córtex prefrontal.

Asociada a otras patologías

El siguiente análisis se centrará en la comorbilidad de la TDAH, ya que en el 87 por ciento de los casos está asociada con otras patologías tales como autismo; Trastornos Específicos del Lenguaje; Trastornos del Desarrollo de la Coordinación; depresión; retraso madurativo mental y Síndrome de Tourette, según estudio realizado por el citado centro valenciano. En tercer lugar, se trabajará en el diagnóstico y tratamiento de los padres mediante un protocolo que incluirá encuestas, orientación y, finalmente, seguimiento médico y farmacológico.

Fuente: www.elimparcial.es

miércoles, 7 de enero de 2009

Educación sexual para padres


Los padres quieren compartir información y dar consejos que encuadren con sus valores morales y religiosos. Los expertos en desarrollo infantil nos dicen que los padres generalmente son más adeptos a dar información sobre los detalles biológicos reproductivos que en hablar sobre lo que más importa: los valores que gobiernan sus actitudes sobre la sexualidad.

Para poder tomar buenas decisiones los adolescentes necesitan tener información confiable sobre "los detalles de la vida" que también considere los valores de la familia.Algunos padres descubren que es más fácil transmitir sus valores morales a sus hijos cuando pueden apoyarse en el consejo y la participación de otros padres de familia.

Muchos padres obtienen apoyo de sus iglesias, sinagogas, mezquitas u otras instituciones religiosas. En algún momento los padres se sentirán desalentados y frustrados mientras sus hijos se enfrentan a la adolescencia. ("No puedo creer que mi hijo haya hecho algo tan estúpido y desconsiderado. ¿Qué hice mal?")

En general, no es necesario el pánico cuando su hijo se comporta de una manera que contradice sus normas-siempre y cuando no lo haga con regularidad. El mal comportamiento debe reconocerse y enfrentarse. Pero en estos momentos, hay que recordar nuestros propios tropiezos como adolescentes-y la mayoría de nosotros acabamos bien, ¿o no?

viernes, 28 de noviembre de 2008

¿Educación en la diversidad sexual o adoctrinamiento?

Fuente: http://www.opinionciudadano.blogspot.com/

Un colega desde España me ha enviado este video que me parece oportuno publicar visto el avance de estas situaciones que se replican también en nuestro país. Se publica con el solo objetivo de ayudar a muchos padres en su discernimiento y animarlos a ejercer su paternidad responsable, a formarse para hacerlo y a no tener miedo de expresar sus valores y creencias en un mundo que está en continuo cambio y en el cual todo lo nuevo no es necesariamente bueno. El adoctrinamiento existe, más allá de los casos particulares que puedan darse en materia de unión de personas del mismo sexo (no son matrimonios); es respetable su decisión pero no es aceptable pretender hacer de excepciones (o de pocos casos) una norma general, a menos que lo que se pretenda es un cambio en la concepción del ser humano y de la vida. Entonces deberíamos preguntarnos ¿cuál es el fin?

Para ayudarnos en el discernimiento:

Synderesis

O más correctamente, synteresis, es un término utilizado por los teólogos escolásticos para designar el conocimiento habitual de los principios prácticos universales de la acción moral.

El proceso de razonamiento en el campo de la ciencia especulativa presupone ciertos axiomas fundamentales sobre los que se apoya toda ciencia. Son tales el principio de contradicción, "una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo", y las verdades evidentes, como "el todo es mayor que cualquiera de sus partes".

Estos son los primeros principios de la inteligencia especulativa. En el ámbito de la conducta moral existen similarmente primeros principios de acción, tales como: "el mal debe ser evitado; el bien, realizado"; "no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti"; "se debe honrar a los padres"; "debemos vivir con moderación y actuar con justicia".

Estas son verdades evidentes en el campo de la conducta moral que cualquier persona en su sano juicio admitirá si las entiende. Según los escolásticos, la facilidad con que las verdades morales son comprendidas por la inteligencia práctica se debe al hábito natural fijado en la facultad cognitiva que llaman sindéresis.

Mientras que la conciencia es un dictado de la razón práctica que determina si una acción particular es buena o mala, la sindéresis es un dictado de la misma razón práctica que tiene como su objeto los primeros principios generales de la acción moral.


STO. TOMÁS, Summa, I, Q. lxxix, a. 12 (Parma, 1852); PATUZZI, De ratione humana en MIGNE, Theologiae Cursus completus, XI (París, 1841).

jueves, 27 de noviembre de 2008

Familia, cuna de la vida y del amor, espacio de humanización


La familia es la matriz de todos los significados espirituales de la existencia. Allí se aprenden los contenidos y los "sabores" de conceptos y actitudes espirituales como acogida, escucha, perdón, comunión, bendición, gratitud, don, sacrificio... Una interesante reflexión de Pascual Chávez Villanueva, Rector Mayor Salesiano Leer más

lunes, 10 de noviembre de 2008

La negociación con los hijos

Negociación sí, chantaje no



¿Negociar a toda costa?

Desde muy pequeños los niños aprenden a negociar:

- "Mamá, si me como todo, ¿podré ver la tele diez minutos más?"
- "Papá, si apruebo todo, ¿podré llegar a las dos de la mañana?"
- "Si acepto ir con vosotros a casa de los abuelos, ¿podré luego pasar la noche fuera?"

Es cierto que negociando se adquieren herramientas de comunicación, e incluso de persuasión, pero no todo se puede negociar. Y cuando algo es innegociable, también se desarrollan herramientas de fortaleza o de superación personal ante la frustración.

Negociar sí, y no negociar también. Por ejemplo, podrá ser innegociable la hora de levantarse, la obligación de ir al colegio, estudiar, las visitas a las casas de los abuelos, la forma de vestir o comer, lo que se ponga en el plato; y puede admitirse la negociación para ver la serie de televisión, acostarse más tarde, recoger la mesa o qué hacer la tarde del sábado.

En cada hogar se tendrá que decidir lo que se puede negociar y lo que no. Los padres deciden, según el criterio que consideren, incluso cambiando (no de forma caprichosa) lo que hoy es importante y mañana no. Y cualquiera que sea el método, los hijos tienen que saber con claridad lo que es negociable y, sobre todo, lo que no lo es.

Los hijos son capaces de cumplir a rajatabla algunas normas, incluso con la rebeldía de los adolescentes, que por lo general son aquellas que los padres han defendido sin bajar la guardia en ningún momento. Hay otras normas que no se defienden con tanto ahínco y suelen ser las primeras en "eliminarse". Quizás es mejor que sea así, no todas se pueden defender de la misma manera, ni es bueno que todas estén al mismo nivel, o el hogar podría parecer un cuartel.

No tiene que haber discrepancias entre los padres, no hay nada peor que tener un padre negociador en todo y una madre que no negocia nada o cede a todo. Las cosas son las que deben ser negociables o no, no los adultos.

Perseverar para obtener resultados

Caso práctico:

El hijo le había tomado ya el pulso al padre, sabía perfectamente en lo que podía y en lo que no podía desobedecerle. El padre había perdido la autoridad y él mismo admitía: "Soy demasiado blando con mi hijo".

El chico no estudiaba lo suficiente, se saltaba los horarios, mentía, no cumplía las prohibiciones. Las razones que le daba su padre no eran nunca suficientes para hacer las cosas y además podían ser rebatidas a la perfección por el hijo, que incluso podía convencer a su padre.¿Había alguna forma de que el padre pudiese recuperar el terreno perdido? Siempre la hay, si se busca.

Para su sorpresa, el padre se dio cuenta de que había normas que el hijo no se saltaba nunca: "Una norma de mi casa es que nunca se come nada entre las comidas y jamás le he visto hacerlo. Otra norma es que siempre comemos juntos, y sin televisión, y siempre la ha cumplido. Otra es la de levantarse de la cama a la primera y la verdad es que siempre lo hace. También es siempre puntual". Y seguro que podría encontrar alguna más.

¿Por qué estas normas sí las cumplía el hijo? El padre se fue convenciendo de que ni era tan blando como creía, ni su hijo faltaba a su autoridad. Su deber consistía en defender nuevas normas, aunque sin abusar, pero con la misma fuerza que había puesto en las que ya eran costumbre.

Cuando la negociación se convierte en chantaje

Si la negociación se usa indebidamente, puede convertirse en chantaje:
- "Si no me dejas salir, te rompo la cara."
- "Si no me das dinero, pongo la música a tope."
- "Si no me dejas toda la tarde el ordenador, lo rompo."

Este tipo de actitud ya no es negociación, sino "terrorismo familiar". Unos, normalmente los padres, quieren negociar y el otro, normalmente el hijo, lo único que quiere es salirse con la suya. Cuando esto sucede, la relación entre padres e hijos está rota y lo único que existe es una relación entre víctimas y verdugos. Llegados a este punto, lo único que nos queda es no dar la oportunidad de negociar y, como si aún fuera un niño, poner la norma sin más.

Tal vez sea un retroceso en la formación de los hijos, pero a veces, para avanzar, primero es necesario retroceder y consolidar. "En esta casa se come a las dos" (sin más) y no ceder hasta que no aprenda a negociar con equidad. La negociación sirve para que ambas partes se beneficien, no para que se beneficie sólo una. En ese caso es chantaje y no negociación.

Por duro que sea resistir, no se puede ceder al chantaje de los hijos. El chantaje es siempre inadmisible, pero no surge de forma natural. Se pueden evitar estas situaciones si, desde que los hijos son pequeños, se consigue que los hijos interioricen lo que se puede y lo que no se puede negociar, y que los padres no cambien de criterio arbitrariamente, según su estado de ánimo. Un enfado entre la pareja o una subida de sueldo en el trabajo no pueden servir de excusa para que los padres admitan normas innegociable.

Por Emilio Pinto, autor del libro "La educación de los hijos como los pimientos de Padrón"
Fuente: Artículo tomado de http://www.solohijos.com

lunes, 27 de octubre de 2008

Niños con mal comportamiento


Las malas conductas de los niños no pueden ser sancionadas con castigos. La clave está en recompensar los buenos actos y buscar alternativas a los malos

Marcar normas a los niños desde que son pequeños es la base para conseguir una buena conducta. El exceso de permisividad deriva en pequeños egoístas no acostumbrados a recibir un "no", mientras que el autoritarismo puede lesionar su autoestima y hacerles creer que sus padres y madres no les quieren.

La relación entre padres e hijos es un tira y afloja en el que unos luchan por mantener el poder y otros por conquistarlo, pero no se puede tomar el camino fácil de imponer un castigo, porque su efecto, aunque inmediato, es momentáneo. A la larga, da mejor resultado recompensar las buenas conductas e intentar buscar alternativas a los actos que menos gustan. Todo el mundo sabe que los actos que se repiten son los que reportan un beneficio.


La mayor parte de los comportamientos infantiles son aprendidos. Al nacer, el niño desconoce las normas y las pautas de conducta que se consideran adecuadas, por lo que busca sus propios modelos y aprende de ellos. Se considera que el comportamiento es malo cuando, por defecto o exceso, no se adapta a lo que se entiende por "normal".


En este sentido, el doctor Jordi Sasot, médico especialista en psiquiatría y pediatría infanto-juvenil y coordinador de la Unidad de Padiopsiquiatría de la Clínica Teknon de Barcelona, asegura que son muchos los padres que acuden a la consulta y hacen la misma pregunta: ¿Por qué mi hijo se comporta así? "La respuesta está clara: tienen que cortar el problema de raíz y marcar unas normas desde que los hijos son pequeños, menores de cuatro años, y en pequeñas cosas", explica.

Una vez que el niño realiza un acto, lo repetirá o no en función del efecto que produzca en su entorno, por lo que los padres deben encontrar el equilibrio entre permisividad y autoridad. No obstante, según afirma Sasot, "cada problema debe ser estudiado de manera individual para descubrir su origen, que puede ser educativo, con problemas de comportamiento, o biológico, con trastornos de conducta".

En el segundo caso, relacionado con cerca del 40% de los niños hiperactivos, cabe la posibilidad de que el pequeño necesite tratamiento farmacológico, porque su mala conducta responde a "condicionantes" con los que ha nacido. Se trata de niños con conductas negativistas y desafiantes hacia sus padres, que carecen de control de sus impulsos y que, "cuando cometen un error, les gustaría resolverlo pero no pueden", puntualiza Sasot.

Por otro lado, se encuentran los "falsos niños con trastornos", cuyos problemas de comportamiento tienen origen a menudo en la sobreprotección de los padres, "que resuelven los problemas que el niño tiene que resolver por él mismo". "Si a los niños menores de tres años les dan de comer los padres, les permiten ir a la cama cuando quieren y les resuelven todos los problemas, no se les educa en la capacidad de frustración y los niños no toleran un "no". Éste no es el camino correcto", advierte el doctor Sasot.

No se puede ser tan autoritario que el niño sienta que sus padres no le quieren, ni tan permisivo que acabe haciendo siempre lo que quiere. Desde la Asociación Mundial de Educadores Infantiles recuerdan que la permisividad "produce falta de control interno" y reconocen que la autoridad y firmeza bien ejercida permite a los niños alcanzar una "progresiva madurez y responsabilidad".

Si no se da ese equilibrio, se produce lo que Elena Roger, pedagoga del Gabinete Pedagógico Solohijos.com denomina 'lucha de poder': "Los padres repiten, recuerdan lo que deben hacer sus hijos, pero con resultados negativos. Luego negocian, razonan y sermonean sin éxito. Cuanto más repiten, más se enfadan, hasta acabar en gritos y amenazas, incluso en insultos y bofetadas. Cuando ya no pueden más, explotan diciendo cosas de las que luego se arrepentirán e infringiendo castigos desproporcionados que nada consiguen mejorar. Estas rutinas pueden convertirse con el tiempo en patrones destructivos de comunicación, relación familiar y resolución de problemas, en hábitos familiares que se consideran como la manera normal de convivir en casa".

A su entender, los hijos desafían a sus padres cuando no sienten satisfechas sus necesidades y buscan poder. "A veces nos ponen a prueba para mostrarnos que han cambiado y que las normas, por lo tanto, también han de cambiar -añade-. Nos desafían continuamente, nos provocan y muchos de ellos nos manipulan hasta llevarnos a su terreno y, entonces, ganan la batalla". Los niños ganan cuando los mayores pierden el control de la situación y la disputa se convierte en una verdadera batalla por conquistar o mantener el poder.

¿Cómo mostrar autoridad?

Para mostrar descontento con el comportamiento de sus hijos, algunos padres recurren a los castigos, que pueden ser físicos. Sin embargo, para Jordi Sasot, "recurrir a la bofetada es un error gravísimo que cometen los padres porque -asevera- si los padres saben educar, nunca van a tener que levantar la mano al hijo, y si lo hacen es porque algo han hecho mal".

Otros castigos pueden ser los gritos, las riñas o los insultos, a los que los padres recurren porque el efecto inmediato es que los niños dejan de hacer sus fechorías. "Pero sucede que el efecto de los castigos es momentáneo. Por lo general, los padres que castigan a sus hijos se quejan de que el niño no aprende por más que lo castigan y que deben castigarle una y otra vez", precisa el doctor Joan Romeu i Bes, especialista en neurología y psiquiatría de la Clínica Quirón y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Según Romeu i Bes, "un castigo es un factor que permite que una conducta disminuya de frecuencia mientras se aplica el castigo, pero que, de la misma manera, hace que la conducta indeseada aumente cuando el castigo cesa".

Los inconvenientes, por lo tanto, de esta situación son dos: por un lado, al tener un efecto momentáneo, el niño repetirá la conducta castigada nuevamente, mientras que los padres, al notar que el castigo surte efecto en el momento en que lo aplican, tienden a castigar cada vez más y con mayor energía. Como consecuencia de todo esto, el niño no aprende a mejorar su comportamiento sino a perfeccionar sus travesuras para evitar el castigo, a los que poco a poco se hace insensible.

Además, advierte Romeu "sean o no físicos los castigos, inducen un aumento de la agresividad de los niños". "Les damos un ejemplo de que 'cuando estamos enfadados con alguien, es bueno ir contra él', lo cual provocará indudables derivaciones indeseables", manifiesta, para añadir que castigos morales como la culpabilidad "pueden hacer tanto o más daño que un castigo físico, provocando una mayor agresividad en el niño".

Por su parte, la Asociación Mundial de Educadores Infantiles insiste también en que "en ningún caso el sistema de castigos debe aplicarse", bien porque su efecto es temporal y la conducta vuelve a repetirse, o porque "lo que el adulto considera desagradable para el niño, en realidad no lo es para él y, en vez de considerarlo un castigo, se convierte en un reforzador, aumentando el comportamiento desadaptado en intensidad y frecuencia". Asimismo, hay que cuidar los comentarios que se transmiten al niño, puesto que cuando el niño escucha expresiones como 'eres un desordenado' o 'eres malo', "lesiona gravemente su autoestima".

Lo preferible es que los castigos sean sustituidos por técnicas de sanción, con las que el niño aprenderá las consecuencias de sus actos, de las que sólo él será protagonista. Si el pequeño no obedece las normas, debe aprender por sí mismo a resolver los problemas porque nadie los va a resolver por él. "Si un adolescente deja la ropa sucia en el suelo, los padres no pueden recogerla y llevarla a la lavadora, sino al cajón, pero sucia. Entonces el adolescente recibirá las consecuencias de sus actos cuando quiera ponerse una ropa limpia y vea que no lo está", señala Sasot.

En la misma línea, al niño que no quiera comer no se lo podrá hacer otra comida hasta que no termine lo que está en el plato y, por supuesto, está totalmente prohibido darle de comer entre horas. Y si no se quiere ir a dormir a la hora que marcan los padres, es posible que elijan ellos la hora, pero al día siguiente deberán levantarse igualmente para ir al colegio o hacer las tareas como si se hubieran acostado pronto.

Recompensar las actitudes positivas

El objetivo de los padres es que sus hijos aprendan nuevas pautas de comportamiento para que, a la larga, varíen su conducta. Por este motivo, hay que buscar técnicas que consigan efectos a largo plazo, no momentáneos. "Las políticas de recompensa son las técnicas que nos van a servir para este objetivo de conseguir efectos estables", subraya Romeu i Bes.

Estas políticas se basan en el hecho de que las personas tienden a realizar las cosas en las que hallan una compensación y evitan las que les suponen un esfuerzo o una dificultad que no va a ser compensada. En el caso de los niños, aprenderán y repetirán mejor los comportamientos con los que obtengan algún beneficio, aunque hay que tener cuidado con las recompensas y el modo en que se administran.

Muchos padres asocian la idea de recompensa con la de un bien material. "Sin embargo -desvela Romeu-, las recompensas más eficaces son las más inmateriales: el elogio, la atención, el afecto, la compañía, suelen ser las más económicas y rentables". No se puede pretender, eso sí, que la misma recompensa sirva como tal en cada ocasión, aunque a menudo sirva para que el niño aumente la confianza en sus posibilidades.

La pregunta es ¿qué se debe recompensar exactamente? Según Romeu, "se debe examinar cuidadosamente qué se está recompensando y, para ello, se debe ver qué es lo que el niño considera que le recompensan". Puede ocurrir que los padres piensen que recompensan un acto y que el niño crea que el beneficio es por otro acto. Hay que dar atención, afecto y elogios ante las conductas que interesa que el niño reproduzca, "desde el momento en que el niño intenta actuar correctamente".

También hay que tener en cuenta otros aspectos:

Dan mejor resultado las recompensas que se aplican en el mismo momento en que se produce la acción que se quiere recompensar, porque si se pospone se corre el riesgo de que el niño olvide por qué se le premia.

No es necesario recompensar cada vez que el niño hace algo bueno. Es mejor recompensar de vez en cuando cada dos o tres veces, para que el niño no pueda predecir cuándo se le a premiar.
"Hay que seguir el mismo método psicológico de las máquinas tragamonedas: no salen monedas de premio cada vez, sino de vez en cuando y siempre en forma imprevisible", aconseja Joan Romeu.

Cuando los padres no encuentran en sus hijos conductas que compensar, como en el caso de los niños muy conflictivos, lo más acertado es establecer conductas alternativas e informarle de lo poco apropiada que es la conducta que ha tenido hasta ese momento. El objetivo es que, sin exaltarse ni gritar, los padres inculquen a sus hijos nuevas conductas. Una estrategia con la que, además de cambiar la conducta de los pequeños, se estrecharán lazos entre padres e hijos.

Autor:Azucena García
Fuente: Consumer

lunes, 1 de septiembre de 2008

Educación del comportamiento desde la niñez

Por: María Inés Maceratesi

Hay ocasiones en que ciertos comportamientos que consideramos inadecuados de los hijos, nos pueden llevar a los padres a fijar dichas conductas mediante el uso de mensajes que les devuelven una imagen negativa de sí mismos.

A veces sin proponérnoslo, los etiquetamos y les aplicamos calificativos que primero usamos de manera inconsciente pero más tarde, se van repitiendo ya de manera más sistemática. Y los etiquetamos con toda suerte de calificativos como: eres un mentiroso, terco, desordenado, tonto, descuidado, ignorante, etc. etc. sin darnos cuenta que nuestra opinión va condicionando sus sentimientos y haciéndole actuar tal como se espera de ellos, es decir: le digo que es un desordenado ergo, tengo que esperar que lo sea dado que las etiquetas a menudo, funcionan como profecías que terminan cumpliéndose en la medida en que otorgan a los hijos, referentes para forjarse una imagen de sí mismos.

Si a un niño se lo califica de determinada manera, puede ser que le resulte más fácil manifestarse de esa manera. Por ejemplo: si contínuamente le digo que es un mentiroso, le resultará fácil mentir porque de todas maneras así lo ven y se lo harán saber.

Los esquemas preconcebidos que volcamos en los hijos, a veces son expresados a través de una generalización como: déjame en paz, me tienes cansada, no quiero verte por aquí, ya estás molestando otra vez, no sé qué voy a hacer contigo.

Un tono de voz o un gesto son suficientes para que un niño se sienta descalificado. Estas dos maneras de actuar por parte de los padres, a través de generalizaciones o de gestos puede generar en los hijos frustración, desconfianza en sí mismos, falta de autoestima y hasta la reiteración del comportamiento que queremos corregir.

Para conseguir que los hijos se vean desde ópticas diferentes y modificar la opinión que tienen de sí mismos, se pueden utilizar otras estrategias.

• Intentar que nos oiga cuando digamos algo favorable sobre él delante de otra persona: "Mamá, tendrías que haber visto lo valiente que ha sido tu nieto al ponerle la inyección."

• Ejemplificar el comportamiento deseado. Ante un niño mal perdedor podemos decir "¡Caramba, esta vez he perdido yo! bueno lo importante es tener espíritu deportivo, te felicito lo has hecho muy bien."

• Expresar nuestros sentimientos y/o expectativas cuando el niño actúe según la etiqueta, mostrando un comportamiento no deseado: "No me gusta tu actitud, pues por mucho que te fastidie tu hermana pequeña no es motivo para gritarle, la próxima vez espero que tengas más paciencia."

• Buscar oportunidades que permitan mostrar al niño una nueva imagen de sí mismo. Podemos sustituir la etiqueta de "destrozón" en un niño hablándole en positivo de lo que sí hace bien y queremos que internalice:
" Mira, qué bien, tienes ese juguete desde los tres años y parece nuevo."

• Ponerle en situaciones en las que pueda verse de otra manera. A un niño irresponsable podemos decirle "Juan, voy hasta la casa de la abuela, por favor cuidá de tu hermana".
Y por sobre todas las cosas, no pedir que hagan lo que nosotros no hacemos, porque el ejemplo y el testimonio, en cualquier circunstancias, son las mejores herramientas de enseñanza.
Fuente: Intercampus

lunes, 18 de agosto de 2008

Prevenir la drogadicción desde la familia


Este objetivo sólo es posible si...

Existe un clima familiar adecuado que facilite una comunicación abierta, bilateral y sincera y que invite a consultar dudas y exponer experiencias sobre éste y otros temas. Si no hablamos con nuestros hijos habitualmente, si no les conocemos, si no tenemos espacios para la convivencia, si censuramos pensamientos y temas, es difícil poder abordar esta materia con naturalidad.Leer más


miércoles, 18 de junio de 2008

Aprender a jugar con los hijos

La búsqueda de un hueco en nuestra apretada agenda para jugar con los hijos es casi tan importante para el desarrollo de los niños como una buena alimentación. Sin embargo, no es tarea fácil. A muchos los padres y madres les puede resultar tedioso y, además, requiere un esfuerzo en el día a día marcado por el estrés y el poco tiempo libre.

El juego es especialmente importante hasta los tres años de edad, dado que en ese periodo de tiempo los niños juegan menos entre sí y prefieren a sus padres.

En esta línea, diversos estudios demuestran que las familias que han hecho del juego una base de unión en la infancia han tenido menos problemas en la turbulenta etapa de la adolescencia. Así pues, los expertos recomiendan a los padres dedicar al menos media hora diaria a jugar con sus hijos. Pero se pueden tener muy buenas intenciones y no saber cómo hacer ese encuentro atractivo y beneficioso.

El juego, clave para el desarrollo de los niños

Un informe publicado por la Academia Americana de Pediatría (AAP) destaca que el juego permite a los niños expresar su creatividad y desarrollar su imaginación, su destreza manual y sus aptitudes físicas, cognitivas y emocionales, por lo que es importante para el desarrollo saludable del cerebro.

Entre las virtudes del juego destaca también que cuando se juntan varios niños aprenden a trabajar en grupo, a compartir, negociar, resolver conflictos y a defender sus puntos de vista. Y cuando tienen ocasión de jugar con sus padres, los niños perciben que los adultos les prestan toda su atención y contribuye a construir relaciones duraderas.

En este sentido, según un estudio del Colegio de Pedagogos de Cataluña, el juego duplica la capacidad de concentración y de memoria del niño, por lo que el aprendizaje resulta más sencillo cuando realiza este tipo de actividad.

El juego es pues clave para el desarrollo de los niños, sobre todo en las edades más tempranas, y es recomendable hacerlo en compañía de los padres. Como ya hemos comentado, cuando los pequeños juegan agudizan sus sentidos -el tacto, la vista y el oído son básicos para ellos-, agilizan el movimiento de pies y manos, y fortalecen su capacidad mental. Pero esta actividad no sólo debe ser un mero entretenimiento, sino que ha de cumplir dos objetivos: convertirse en uno de los principales hilos conductores del amor entre padres e hijos y, al mismo tiempo, tener una vocación educativa. Para que esto sea posible, el padre y la madre deben aprender a jugar correctamente con los niños.

Elizabeth Fodor, psicopedagoga experta en juegos y autora, junto a Montserrat Morán y Andrea Moleres, del libro "Todo un mundo de sorpresas", asegura que "no importa tanto la cantidad (de juego) como la calidad".

El juego en casa

Es habitual que los padres no tengamos problemas para inventar juegos para nuestros hijos cuando éstos ya tienen cuatro o cinco años. No obstante, las dificultades surgen cuando los niños son todavía unos bebés porque muchos padres tienen la idea preconcebida de que no se percatan de lo que ocurre a su alrededor. Pero en edades tempranas, los niños están deseando ver cosas nuevas, escuchar ruidos distintos, tocar objetos diferentes y, sobre todo, sentir el amor del padre y de la madre a través de gestos afectuosos y palabras bonitas.

Jugar es una buena forma de demostrarles cariño y, a la vez, sirve a los pequeños para despertar sus sentidos y fomentar algunas destrezas básicas.

"Hay que dar la oportunidad al niño para realizar una actividad y motivarle con mucho amor, paciencia y una gran dosis de alegría", insiste la psicopedagoga.

Por ello, se aconseja a los padres que dediquen al menos media hora diaria a jugar con sus hijos. Aunque pueda parecer poco tiempo, es suficiente si las actividades se realizan en las condiciones adecuadas y los adultos las han pensado con antelación y saben estimular a los niños. No se trata de jugar mucho rato, sino de hacerlo bien. "Si el padre o la madre están malhumorados o estresados por el trabajo, mejor que ese día no jueguen con los pequeños porque se dan cuenta de todo y no se van a concentrar", indica Fodor. Sólo en un ambiente idóneo y con la pareja entregada los juegos son eficaces.

Por lo tanto, los padres debemos tener presente que el juego es una actitud que nos permite, a adultos y a niños, disfrutar con unas pompas de jabón o unas piedras lanzadas a un riachuelo para que se las lleve la corriente. Y así debemos incorporarlo en su educación:

Los padres debemos dejar a los niños su propio espacio pero vigilándoles y procurando que ellos mismos vayan descubriendo el tipo de juego que más les gusta.

Es importante implicar el juego en las rutinas familiares que les puedan resultar nuevas como, por ejemplo, ayudándonos a colocar la compra, ordenando la habitación o planteando como un juego el hecho de meter los juguetes en una caja para ver cuántos caben.

Cómo debemos enfocar el juego

Jugar en familia debe ser un acto natural y espontáneo, contemplado dentro de las actividades familiares, como una actividad más de todos los miembros de la familia, no sólo de los hijos. Tanto para niños como para padres, el juego es necesario en su relación.

Es fundamental la práctica habitual del juego desde los primeros años de vida del niño y ejercitarlo de manera continuada durante su crecimiento.

Jugar desarrolla la capacidad de disfrutar, de las cosas más cotidianas de la vida y hacer especiales momentos que tal vez por si mismos no dejarían de ser una actividad normal.

Los padres debemos tener plena confianza en la capacidad de nuestro hijo para jugar y otorgarle la iniciativa.

A la hora de jugar

Planificar con nuestros hijos lo que vamos a hacer juntos, les hará sentirse partícipes de las acciones familiares y se sentirán parte implicada de la familia.

Debemos dejarnos arrastrar por la lógica infantil, sin perjuicio de poder aportar ideas y pautas que el niño pueda utilizar. Es importante que el adulto sea el que se adapte al juego del niño, y no pretenda que éste salga de él.

Hablar de jugar juntos no significa necesariamente jugar en un espacio predeterminado. El juego puede nacer de cualquier momento, de cualquier circunstancia y en cualquier espacio.

miércoles, 11 de junio de 2008

Adolescencia: la importancia de los amigos

“Todos mis amigos tienen móvil, así que por mi cumpleaños mis padres me regalaron uno. Pensé que así me sentiría más aceptada en el grupo, pero no ha sido así. Ellos se pasan el día mandándose mensajes y hablando por el Messenger de temas que no me entero… ¿Por qué me dejan de lado?”

Laura, 14 años.

Si hay algo que importe a nuestros adolescentes son sus amigos.

Los amigos ahora son lo primero, antes que la familia y los estudios, se pasan el día con ellos y siguen en casa por teléfono, móvil, chats, internet… Hay que tener claro que para que un chico se desarrolle con normalidad tiene que tener amigos. Es una realidad que los padres debemos aceptar, sin sentirnos desplazados. Si hasta ahora la imagen que tenían de ellos mismos era la que veían por nuestros ojos, ahora les importa muy mucho lo que piensen sus amigos de ellos. Es decir que su autoestima depende en gran medida de la aceptación que tenga en el grupo de amigos. Por supuesto, lo peor que les puede pasar es no tener amigos o sentirse excluido del grupo. Como le sucede a Laura.

Conocer a nuestros hijos nos ayudará a quererlos mejor.

Sabemos que en la adolescencia el cuerpo sufre una serie de cambios. Las hormonas provocan además de estos cambios físicos, continuos cambios de humor, que les hace emocionalmente inestables.Al ver que su cuerpo crece se sienten mayores, por lo que tienen que demostrarlo a toda costa buscando tener una identidad personal.

Necesitan sentirse libres y autónomos.
La idea de romper normas, ser trasgresor, les hace sentirse libres. Para ellos, una de las principales características de un adulto es “que hace lo que le da la gana, sin dar explicaciones a nadie”. Por lo menos eso piensan ellos.

Pero...¡ojo!

El momento que nos ha tocado vivir no es ni mejor ni peor que otros segmentos de la historia, es el que tenemos y eso le hace sencillamente apasionante.
Pero no podemos olvidar que España se consolida como el segundo país de la Unión Europea en consumo de cocaína, que la edad de iniciación sexual baja sin parar con todas sus consecuencias, los delitos cometidos por hijos de familias de clase media se duplican en este último año a la vez que el porro y las drogas de síntesis están a mano de cualquiera, entre otras realidades.

Si a todo lo anterior unimos las características propias de un adolescente y que es capaz de hacer lo que sea para ser aceptado dentro del grupo, los resultados son por todos conocidos. No podemos tener a nuestros hijos encerrados en una jaula, aunque sea de oro. Somos hijos de nuestro tiempo. Los padres tenemos que dar a nuestros hijos las herramientas necesarias para desenvolverse en la sociedad que nos ha tocado vivir.

Por lo cual no podemos olvidar la influencia de los amigos en nuestros hijos. Una manifestación clara de esto es la estética que adoptan para ser más aceptados dentro del grupo. No olvidemos que la misma influencia ejerce el grupo en todo lo demás. Según sean los amigos de nuestros hijos así serán ellos. Si en los círculos entre los que se mueven nuestros hijos hay drogas, promiscuidad, fuman, beben, hacen novillos… lo más probable es que antes o después nuestro hijo haga lo mismo.

Si en el grupo de amigos hay un clima sano, de preocupación de unos por otros —no olvidemos que estamos en una etapa donde empiezan a despertar los grandes ideales, la solidaridad, la justicia social junto con la lealtad, el compañerismo—, la adolescencia será una etapa maravillosa de enriquecimiento personal, donde nuestros hijos aprenderán a salir de sí mismos, tan necesario para ser adultos equilibrados y maduros.

¿Cuál debe ser nuestra actitud?

Ante todo calma… paciencia … sentido común. No olvidemos que nuestros hijos son “niños encerrados en cuerpos de hombres”. Realmente tras esa imagen de “chico duro” no hay más que un niño inseguro, que busca la firmeza que no tiene, en nosotros sus padres.

Está claro que si hasta ahora los hemos educado en una serie de valores, aunque aparentemente ellos renieguen, los tienen guardados en su “disco duro”.
Sabemos que llega una edad en que solo quieren estar con sus amigos y la influencia tan grande que van a ejercer sobre ellos. Es mejor prevenir que curar. Facilitemos, en la medida de nuestras posibilidades, que nuestros hijos tengan un buen círculo de amigos.

Algunas ideas

Nosotros no podemos elegir sus amigos, pero si podemos elegir el entorno donde van a hacer amigos: colegio, club, equipo deportivo… Si fomentamos desde pequeños estos puntos, nos será más fácil adquirir el hábito para cuando sean adolescentes.

Practicar un deporte fomenta los lazos de amistad y favorece una vida sana, para así conseguir mejores marcas. Y por lógica, si tengo que levantarme a las 8 para entrenar, me viene peor salir hasta muy tarde.

Traer los amigos a casa. Esto puede ser engorroso. Cuando son pequeños parece que ha pasado por casa una estampida de búfalos, por muy encantadoras que sean sus mamás… Y de adolescentes… vacían las neveras, se encierran en los cuartos horas… No olvidemos que dónde mejor que en casa. Esto no significa que en casa puedan hacer de todo, con tal de que no salgan.

Así tendremos oportunidad de conocerlos, de hablar con ellos y sus amigos. Comprender su lenguaje, sin ridiculizarlos, aprendiendo a escuchar, evitando sermones, haciéndoles partícipes de nuestras preocupaciones, nuestras ilusiones, nuestros proyectos. El adolescente necesita de un referente adulto, y el más cercano somos nosotros, sus padres. Somos padres antes que amigos. Dicho por ellos mismos, no hay nada que moleste más y les desoriente que un padre que se “quiere hacer el joven o el guay”. Amigos podemos tener muchos, pero padres solo dos.

Conocer sus gustos y los de sus amigos. Os animo a hacer “trabajo de investigación”, para conocer qué les gusta, qué música escuchan, qué revistan compran, en qué páginas de internet entran, qué ven en la televisión, cuáles son sus actores favoritos, sus conversaciones, a dónde van cuando salen… Solo así podremos estar en su “onda”.

Si conocemos a los amigos desde pequeños, es fácil conocer a los padres, nuestros mejores aliados y compañeros de fatigas, en esta etapa apasionante de la adolescencia.

Queremos educar a nuestros hijos para que sean adultos con criterio, libres, capaces de elegir lo mejor para ellos y para la sociedad. No podemos desentendernos de ellos, no son adultos todavía.

Estas vacaciones de verano, son una magnífica oportunidad para poner en práctica estas ideas, con vuestros hijos adolescentes y mejor todavía si no lo son, para ir ganando terreno.

¡Quién ha dicho que ser padre sea una tarea sencilla!….
Aunque estaremos de acuerdo en que es apasionante.
Ahora nuestro papel como educadores es más importante que nunca.
Recuerdo con emoción la primera vez que mi hija montó en “bici”, sin rueditas; cómo mi marido le daba ese último empujón para que fuera sola. Su cara de espanto fue pasando a una gran sonrisa al ver como su padre corría a su lado, acompañándola, hasta que por fin siguió sola, como una campeona…

En la adolescencia tenemos que dar ese último impulso, mientras los acompañamos de cerca. Sin nosotros se sienten perdidos.

Susana Moreu
Master en Orientación Familiar por la Universidad de Málaga:Directora de comunicación de INEFA.Instituto de Estudios de la Familia (Granada)