Arzobispo de Medellín
Mons. Ricardo Tobón Restrepo
Mons. Ricardo Tobón Restrepo
El
tema del narcotráfico, en nuestro país, ha sido bastante comentado y
debatido; sin embargo, una realidad tan cercana y tan grave como es la
toxicomanía o abuso de drogas no ha tenido el mismo análisis ni ha
causado igual preocupación. Tal vez, sólo para el primero, por sus
connotaciones económicas, tenemos presiones y compromisos
internacionales. De esta manera, sin una voz de alarma y sin un control
serio, ha ido creciendo de modo inquietante la drogadicción en nuestra
sociedad. Incluso, un manejo ambiguo del problema ha permitido que se
minimicen los riesgos y que aumente la tolerancia social.
Cuando llega este mal, las personas
entran en un proceso de autodestrucción, se desestabilizan las
familias, los jóvenes pierden su disposición para el estudio y el
trabajo, cunde la desconfianza y el temor en los barrios, aumenta la
violencia, se acrecienta la irresponsabilidad en el manejo de la
sexualidad, se multiplican negocios ilícitos que causan daños nefastos
en el tejido social, y en todo esto se da, según se oye decir, la
complicidad y la corrupción de algunos dirigentes, miembros de las
fuerzas de seguridad y funcionarios de la justicia. Así el consumo de
drogas se va integrando en la sociedad como un elemento que no se
cuestiona suficientemente y ensombrece más nuestro futuro.
El tema del
narcotráfico, en nuestro país, ha sido bastante comentado y debatido;
sin embargo, una realidad tan cercana y tan grave como es la
toxicomanía o abuso de drogas no ha tenido el mismo análisis ni ha
causado igual preocupación. Tal vez, sólo para el primero, por sus
connotaciones económicas, tenemos presiones y compromisos
internacionales. De esta manera, sin una voz de alarma y sin un control
serio, ha ido creciendo de modo inquietante la drogadicción en nuestra
sociedad. Incluso, un manejo ambiguo del problema ha permitido que se
minimicen los riesgos y que aumente la tolerancia social.
Cuando llega este mal, las personas
entran en un proceso de autodestrucción, se desestabilizan las
familias, los jóvenes pierden su disposición para el estudio y el
trabajo, cunde la desconfianza y el temor en los barrios, aumenta la
violencia, se acrecienta la irresponsabilidad en el manejo de la
sexualidad, se multiplican negocios ilícitos que causan daños nefastos
en el tejido social, y en todo esto se da, según se oye decir, la
complicidad y la corrupción de algunos dirigentes, miembros de las
fuerzas de seguridad y funcionarios de la justicia. Así el consumo de
drogas se va integrando en la sociedad como un elemento que no se
cuestiona suficientemente y ensombrece más nuestro futuro.
Es preciso reconocer un vínculo hondo
entre la patología mortal causada por el abuso de drogas y una
patología del espíritu, que lleva a la persona, en una crisis
existencial del sentido de la vida, con ausencia de valores
trascendentes y deteriorados sus nexos con la sociedad, a huir de sí
misma y a buscar placeres ilusorios, en una evasión desesperada de la
realidad. Frente a esto no se puede negar una responsabilidad social de
todos, pues quienes llegan a la drogadicción van frecuentemente
acosados por la desintegración de la familia, el desempleo y las
situaciones infrahumanas de vida. Finalmente, en la raíz está la
pérdida de valores éticos y espirituales.
Es preciso reconocer la labor de muchas
familias, de diversos centros educativos y de varias instituciones en
la formación de los niños y los jóvenes, en la prevención de la
toxicodependencia y en la asistencia a quienes son víctimas de la
drogadicción. Un especial reconocimiento merece la generosidad y
competencia de tantas personas de gran corazón que trabajan en las
comunidades terapéuticas. Igualmente, la Iglesia Católica se ha
empeñado a través de múltiples iniciativas en una pastoral de las
adicciones. Sin embargo, todavía debemos ser más eficaces en un
acompañamiento de los adolescentes y de los jóvenes y en la ayuda a
quienes han entrado por esta vía oscura de la drogadicción.
Con todo, no será posible resolver este
problema, que puede ponernos en una situación de difícil retorno, sin
la conciencia y el compromiso de todas las fuerzas vivas de la
sociedad. Urge renovar la vida y la misión de la familia; entender y
realizar la educación, en todos los ámbitos en que es posible, como la
oportunidad de construir la persona humana; aprovechar los medios de
comunicación social para hacer propuestas positivas que den aliento y
sentido a la comunidad; establecer amplios consensos sociales que
deriven en políticas públicas de corto y largo alcance para ayudar a
las nuevas generaciones a situarse armoniosa y productivamente en el
mundo. Sobre todo, es necesario trabajar porque quienes han caído en la
droga no pierdan la esperanza y entiendan que pueden comenzar de
nuevo.
Fuente: Pastoral Sacerdotal Arquidiócesis de Medellín
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