martes, 1 de abril de 2008

Familia educadora en la fe y sembradora de vida


Una pregunta habitual que hacen muchos padres hoy -lo veo mes a mes en los encuentros de preparación para el Bautismo-, es la siguiente: ¿cómo podremos educar a nuestros hijos en la fe cuando los mensajes de afuera son tan fuertes y contrarios a nuestras creencias?.

Todos sabemos que los chicos están rebeldes y el diálogo con ellos no resulta fácil. Además, los cuestionamientos que nos presentan, no siempre son respondidos adecuadamente.
En algunos padres surge la tentación de imponerse a través del autoritarismo o la intolerancia y así los hijos se sienten más juzgados e incomprendidos.

Si miramos la realidad para partir de ella, vemos un mundo que va cambiando permanentemente: ya no se vive como hace treinta o cuarenta años, cambió el concepto de autoridad, ya no vivimos en un país masivamente católico, han cambiado las etapas de evolución psicológica y religiosa de niños y adolescentes.

Y también cambió la comprensión de la fe, de los valores y de la vivencia de la fe. Cosas que años atrás parecían indiscutibles, se presentan ahora con un matiz y un perfil diferente o decididamente distinto.
Lo mismo que nos afectó y afecta a los adultos, quienes debimos adaptarnos obligadamente, les pasa también a los menores.

En tiempos pasados, llegábamos a nuestra Primera Comunión luego de una catequesis memorística y hoy se aplica una diferente más orientada a lo vivencial y festivo. Se pasó del concepto de un Dios Juez a la comprensión de un Dios Padre y Amigo; de un pecado vivido como transgresión de la norma a la comprensión del pecado como falta de amor.

Cambió todo, la evolución de la persona, el marco social y religioso en el que esa persona se desenvuelve y también el sentido de la autoridad.
Durante los años cuarenta, cincuenta, sesenta y aún durante los siguientes, la manera de vivirse y manifestarse la autoridad, la libertad y las relaciones entre padres e hijos era muy diferente de la actual. Perdimos cosas pero ganamos otras.

Los chicos tienen acceso directo a la realidad, aprenden más cosas y antes de lo que las aprendíamos nosotros. El marco de contención familiar y social es mucho más amplio y flexible aunque, con muchos más inconvenientes, como la falta de límites por ejemplo.
Los chicos son más críticos, más agudos. Aún reconociéndolo así, los adultos pretendemos que la fe, que considerábamos tan fija e inamovible como Dios, se siga viviendo de la misma manera.

Todo cambia pero nos resistimos a aceptar, en nosotros y en nuestros hijos, que hubo "cambios en la fe".
Cómo hacer para ir cambiando nosotros y acompañar a la vez, la maduración en la fe de nuestros hijos?. La clave y las pistas las encontramos en la misma vida.

Preguntémonos ¿qué hacía Jesús?. Él se nos muestra como Maestro y Camino y de Él podemos aprender también hoy.
Ante todo, tendremos que habituarnos a distinguir lo esencial de lo superfluo porque en la fe, no todo tiene el mismo valor y para acompañar a los hijos, tendremos que destacar y valorar lo esencial, distinguiendo el fin de los medios, lo permanente y perdurable de lo pasajero.

El Evangelio nos dice que lo esencial es el amor y la justicia y la voluntad de Dios es que sus hijos desarrollen una vida con autenticidad y libertad. La persona siempre es y será más importante que las normas morales, las reglas o los ritos y, un corazón humilde, arrepentido y agradecido, será el mejor sacrificio que podremos ofrecerle a Dios.

También los valores: la honestidad, la sinceridad, siempre son más importantes que la apariencia exterior. Y lo más importante en la Iglesia, más allá de jerarquías, títulos y privilegios, es que todos somos hijos de Dios e iguales en dignidad y es lo que nuestros hijos deben ver en nuestra conducta y en nuestra forma de vivir la fe.

No nos empeñemos en defender cosas, actitudes, ideas o prácticas eclesiales que tuvieron sentido en otra época pero ya no lo tienen; la Iglesia como institución no está libre de error ni de pecado y de hecho, hace muy poco, ha pedido perdón por muchas equivocaciones del pasado.

Aceptar la duda o la vacilación es mucho más sano y está más cerca de la verdad que el cerrado dogmatismo que desconoce el avance de las ciencias, de la historia o la evolución del pensamiento humano. Frente a lo críticos que pueden ser los niños y jóvenes, lo mejor será transmitir una imagen de Iglesia Pueblo de Dios que avanza y peregrina, lucha y se equivoca, antes que mostrárselas como una imagen monolítica, orgullosa y monopólica.

Jesús sembró con paciencia y esperanza y, a imitación suya, los educadores de la fe (familia, escuela) debemos sembrar semillas de verdad, de amor y de Evangelio, reconociendo que la semilla, para crecer y madurar necesita un tiempo largo. Nuestra actitud será la de la espera, sabiendo que quizá nunca veremos los frutos, pero con la convicción de que todo lo que se siembra con amor y sinceridad, dará abundante fruto a su tiempo.

Muchos padres redescubrieron su fe acompañando a sus hijos durante la preparación para la Primera Comunión, leyendo juntos un texto de la Sagrada Escritura, respondiendo algunas preguntas de un cuestionario o participando de alguna celebración; o compartiendo un campamento, comentando un programa de televisión, viendo una película, resolviendo algún problema de la comunidad..., son simples ejemplos que sirven para despertar.

Ante ésto hay una realidad: los hijos pueden transformarse en evangelizadores de sus padres.
Aceptar las rebeldías y los momentos de crisis, los desconciertos, las oscuridades y dudas de los adolescentes porque, no siempre lo que ven y oyen en las comunidades cristianas es coherente.

La fe siempre está puesta a prueba, de ahí que hay que ser muy prudentes y delicados ante un acontecimiento doloroso, como una enfermedad o la pérdida de un ser querido, los jóvenes principalmente son muy proclives a rechazar a la Iglesia, a los sacerdotes y al mismo Dios ante una experiencia de este tipo. Hay que entenderlo, contenerlo y tratando de explicarle que la Iglesia es una comunidad santa y pecadora al mismo tiempo.

La fe crece y se desarrolla con la vivencia de experiencias de vida cristiana. La Iglesia, afortunadamente, luego del Concilio Vaticano II, desarrolla un sin fin de propuestas para niños, adolescentes y jóvenes como retiros, jornadas, convivencias y programas de reflexión acompañada, grupos de misión, etc. Todas estas propuestas son para ellos mucho más atractivas que una charla o un libro y están más cerca de sus expectativas.

Y por último, mostrar el testimonio de la propia fe, que resume todo lo anteriormente dicho. Las personas convencidas de su fe, entusiamadas y comprometidas son creíbles y atractivas, son testigos de lo que creen y lo viven. El testimonio se contagia cuando es auténtico y coherente. Lo mejor para acompañar el proceso de maduración de la fe de nuestros hijos es a través de nuestro testimonio como discípulos misioneros de Jesús, Nuestro Señor resucitado.

Síntesis del artículo "¿Qué hago con la fe de mis hijos?" de Manuel Madueño publicado en Revista "Belén"

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