El rol que cumplen los abuelos, en la vida del nieto, sea niño o no tan niño, es fundamental. El lazo de amor que une a un niño con sus abuelos es muy especial. Ellos juegan un papel diferente del de los padres. No es que no puedan guiarlos o aconsejarlos, pero, como ese espacio les corresponde a los papás, ellos pueden darse el lujo de mimarlos a sus anchas, darles un caramelo a escondidas o consolarlos de un reto recibido.
Los abuelos, además de ser el papá o la mamá de nuestros padres, representan la historia viva. Son los recuerdos que llegan al corazón de nuestros hijos y de nosotros mismos a través de su voz; son, muchas veces, la contención, el refugio, la caricia que tanto se necesita.
La figura de los abuelos ha cambiado con el tiempo. Se “aggiornó”, por decirlo de alguna manera. Ya no pensamos en una viejita con rodete y pelo blanco recostada en una silla que se balancea, o un anciano sentado en la puerta de su casa, mirando pasar la vida.
Hoy es más común ver a una abuela haciendo gimnasia que tejiendo escarpines. El abuelo dejó de ser esa figura patriarcal a la que se le debía un respeto parecido al temor. La casa de los abuelos ya no es el lugar que se visitaba los domingos para comer pastas alrededor de una mesa tan grande como el amor con el que la abuela las amasaba.
Ahora, ellos, cuando su salud y la edad se los permiten, trabajan a la par de los papás. Se han convertido en niñeras, maestras particulares, choferes. El mundo en el que vivimos y la necesidad de que ambos padres salgan a trabajar han modificado su rol. ¡Qué mejor niñera que nuestra madre! ¡Qué mejor lugar para dejar a nuestros hijos que el hogar de nuestros padres! Allí están los abuelos, de hoy en día, preparando mamaderas, cambiando pañales, llevando a los chicos al colegio, retirando a nuestros hijos de un cumpleaños, haciendo la tarea del colegio junto con ellos.
Realmente, prestan una ayuda incondicional, a los padres, y una compañía inmejorable a nuestros hijos. Ellos vuelven a ejercer la función de “papás y mamás”, repiten el camino transitado con nuestra niñez, en la niñez de sus nietos. Sin duda, no es exactamente la misma senda: no es lo mismo un hijo que un nieto. Pero el amor profundo no entiende mucho de diferencias, por lo que nuestros hijos no recibirán algo muy diferente de lo que hemos recibido nosotros.
Los abuelos, hoy por hoy, integran una parte valiosísima del presente de nuestros hijos. Ellos han vivido cosas que nuestros niños desconocen o ya no existen, han acumulado experiencias, anécdotas, recuerdos familiares. Es fundamental para un niño conocer su historia, saber cómo era la vida cuando sus papás eran niños, cuando no existía la computadora, Internet y la Play Station. Todos necesitamos saber de dónde venimos y con qué bagaje hemos llegado a este mundo. En este sentido, el papel de los abuelos es irremplazable. Los abuelos transmiten sus vivencias pasadas a nuestros hijos; y los nietos les acercan un pedacito del “futuro” cuando les enseñan a los abuelos a usar la computadora, a mandar mensajes de texto…
En todos los tiempos, en distintas circunstancias, con rodete o sin él, sentaditos en la puerta de calle o corriendo por Palermo, la figura del abuelo conserva el mismo protagonismo. Sin duda han cambiado las formas, pero el sentimiento profundo no varía, sigue siendo el mismo. El vínculo nieto/abuelo es entrañable y necesario: transita el presente de nuestros hijos dejando una huella de amor en su futuro.
Los abuelos, además de ser el papá o la mamá de nuestros padres, representan la historia viva. Son los recuerdos que llegan al corazón de nuestros hijos y de nosotros mismos a través de su voz; son, muchas veces, la contención, el refugio, la caricia que tanto se necesita.
La figura de los abuelos ha cambiado con el tiempo. Se “aggiornó”, por decirlo de alguna manera. Ya no pensamos en una viejita con rodete y pelo blanco recostada en una silla que se balancea, o un anciano sentado en la puerta de su casa, mirando pasar la vida.
Hoy es más común ver a una abuela haciendo gimnasia que tejiendo escarpines. El abuelo dejó de ser esa figura patriarcal a la que se le debía un respeto parecido al temor. La casa de los abuelos ya no es el lugar que se visitaba los domingos para comer pastas alrededor de una mesa tan grande como el amor con el que la abuela las amasaba.
Ahora, ellos, cuando su salud y la edad se los permiten, trabajan a la par de los papás. Se han convertido en niñeras, maestras particulares, choferes. El mundo en el que vivimos y la necesidad de que ambos padres salgan a trabajar han modificado su rol. ¡Qué mejor niñera que nuestra madre! ¡Qué mejor lugar para dejar a nuestros hijos que el hogar de nuestros padres! Allí están los abuelos, de hoy en día, preparando mamaderas, cambiando pañales, llevando a los chicos al colegio, retirando a nuestros hijos de un cumpleaños, haciendo la tarea del colegio junto con ellos.
Realmente, prestan una ayuda incondicional, a los padres, y una compañía inmejorable a nuestros hijos. Ellos vuelven a ejercer la función de “papás y mamás”, repiten el camino transitado con nuestra niñez, en la niñez de sus nietos. Sin duda, no es exactamente la misma senda: no es lo mismo un hijo que un nieto. Pero el amor profundo no entiende mucho de diferencias, por lo que nuestros hijos no recibirán algo muy diferente de lo que hemos recibido nosotros.
Los abuelos, hoy por hoy, integran una parte valiosísima del presente de nuestros hijos. Ellos han vivido cosas que nuestros niños desconocen o ya no existen, han acumulado experiencias, anécdotas, recuerdos familiares. Es fundamental para un niño conocer su historia, saber cómo era la vida cuando sus papás eran niños, cuando no existía la computadora, Internet y la Play Station. Todos necesitamos saber de dónde venimos y con qué bagaje hemos llegado a este mundo. En este sentido, el papel de los abuelos es irremplazable. Los abuelos transmiten sus vivencias pasadas a nuestros hijos; y los nietos les acercan un pedacito del “futuro” cuando les enseñan a los abuelos a usar la computadora, a mandar mensajes de texto…
En todos los tiempos, en distintas circunstancias, con rodete o sin él, sentaditos en la puerta de calle o corriendo por Palermo, la figura del abuelo conserva el mismo protagonismo. Sin duda han cambiado las formas, pero el sentimiento profundo no varía, sigue siendo el mismo. El vínculo nieto/abuelo es entrañable y necesario: transita el presente de nuestros hijos dejando una huella de amor en su futuro.
Liliana Castello
Fuente: San Pablo on Line
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