"¿QUÉ COMENTABAN POR EL CAMINO?"
Carta pastoral de monseñor Jorge Casaretto, obispo de San Isidro, para el Adviento 2008
"Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: « ¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: « ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y, al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron». (Lc 24, 13-24)
Ustedes se preguntarán por qué comenzamos una carta de "Adviento", con un texto de "Pascua". Lo que sucede es que este Adviento es especial para nuestra diócesis, porque con él damos comienzo a la preparación para nuestra Asamblea Diocesana, que tendrá lugar el 13 de Junio de 2009, en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. A todo este período que va desde el Adviento de 2008, hasta nuestro encuentro en Junio de 2009, lo llamamos "Tiempo de Asamblea".
Lo más importante es preparar nuestro corazón para esta Fiesta Diocesana. Dicha preparación la haremos dejándonos conducir por el texto de los discípulos de Emaús, que iremos meditando por partes, según los aspectos de Jesús que el evangelio nos va presentando. Durante el Adviento y la Navidad, contemplamos a Jesús que escucha a estos dos peregrinos.
Posiblemente la Biblia, nos parezca un libro lleno de palabras, y no nos hayamos detenido a pensar la cantidad de personas que aparecen allí en actitud de escucha hacia Dios y a los hermanos. En esta carta vamos a meditar un poco sobre estas personas y sus actitudes y las consecuencias de una profunda disposición para escuchar, en orden a nuestro seguimiento de Jesús hoy.
"Escuchar" en la Sagrada Escritura
Escuchar en la Biblia, es mucho más que oír palabras o sonidos: cuando Dios escucha, significa que Él ha concedido algo. Cuando un hombre escucha, significa que saca las consecuencias de lo que ha oído (Lc 6,47).
En la Sagrada Escritura, Dios es el primero en escuchar al hombre. Las personas, lo que esencialmente pedimos en la oración, es que Dios nos escuche, es decir, que atienda y realice nuestro ruego.
Dios oye a todos, pero especialmente al pobre, a la viuda y al huérfano, a los humildes, a los cautivos (Santiago 5,4). Escucha a los justos, a los que hacen su voluntad (1Pedro 3,12). El Padre siempre escucha a su Hijo Jesús (Jn 11,41s), por eso se nos insiste en que hagamos nuestra oración en Él y a través de su mediación.
La Biblia es esencialmente Palabra de Dios al hombre, ese es el motivo por el cual, el hombre debe escuchar a Dios. ¡Escuchen!, grita el profeta con la autoridad de Dios (Jeremías 7,2). ¡Escuchen!, repite el sabio en nombre de su experiencia y de su conocimiento de la ley (Proverbios 1,8).
"¡Escucha, Israel!", Así empieza una de las oraciones principales del judío piadoso, y con ella intenta interiorizar la voluntad de Dios (Deuteronomio 6,4). "¡Escuchen!", repite a su vez Jesús mismo, al comenzar su predicación (Mc 4,3).
De todo lo dicho, se deduce que para la Sagrada Escritura, escuchar, es una actitud religiosa que implica acoger la Palabra de Dios no sólo prestando atención, sino abriendo el corazón (Hechos 16,14), poniéndola en práctica (Mt 7,24ss). Escuchar es obedecer, es la obediencia de la fe, de la que nos habla en el Nuevo Testamento, la carta a los Romanos (Rom 1,5; 10,14ss).
Pero muchas veces el hombre no quiere escuchar (Dt 18,16.19), y en eso está su drama. Es sordo a las llamadas de Dios; su oído y su corazón están cerrados, esta actitud aparece tanto en el Antiguo Testamento (Jer 6,10; 9,25); como en el Nuevo (Hechos 7, 51).
Es el pecado con que se encuentra Jesús:. "El que es de Dios oye las palabras de Dios; por eso ustedes no las oyen, porque no son de Dios» (Jn 8,47).
Sólo Dios puede abrir el oído de sus discípulos para que aprendamos a escuchar (Is 50,5).
La Biblia nos dice que en los tiempos del mesías oirán los sordos, y los milagros de Jesús significan que finalmente el pueblo "sordo" comprende la Palabra de Dios y le obedece. Es lo que la voz del cielo proclama a los discípulos: "Éste es mi Hijo muy amado, ¡escúchenlo!" (Mt 17,5).
En el texto de Emaús que encabeza estas líneas, lo primero que hace Jesús es escuchar. No escucha para enterarse (¡si sabría Él lo sucedido!), escucha porque sabe que los discípulos necesitan aliviar su corazón triste y confundido. Jesús pregunta "¿De qué venían conversando? y hace silencio, escucha todo, desde el principio.
Imaginemos esa escucha y esa mirada llena de amor: Jesús escucha gestos, palabras, sentimientos, emociones… Está dispuesto a recibir la pena y el reclamo, la decepción. Son cosas difíciles de oír, en especial cuando uno mismo parece ser el responsable de esos sentimientos negativos, y además se ama a las personas que los padecen. Pero Jesús pregunta, escucha, atiende, recibe y sólo cuando ha escuchado a fondo, comienza a hablar.
Los que escuchan en el tiempo de Adviento
La gran figura que escucha y espera en este tiempo de Adviento, es María. Habituada a guardar fielmente las palabras de Dios en su corazón (Lc 2,19.51), fue alabada por Jesús cuando éste reveló el sentido profundo de su maternidad: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28).
María escucha, pero lo hace activamente; cree, pero pregunta al Ángel "¿Cómo puede ser esto?" (Lc 1,35). Escucha y habla, acepta y recibe el misterio en su cuerpo y en su corazón. Así, la encarnación del Hijo de Dios, que celebramos en Navidad es posible, por María, que escuchó a Dios.
Junto a la escucha creyente de María, el evangelio de Lucas, nos trae justo antes de ésta, la historia de otra anunciación, la del mismo Gabriel a Zacarías, el padre de Juan el Bautista (Lucas 1, 5-25). Zacarías escucha a medias, o escucha pero tiene dificultades para creer ¿Cómo puede ser que él y su mujer Isabel, que son ancianos y que ni siquiera de jóvenes han podido tener hijos, tengan uno ahora y que encima sea profeta? ¡Qué comprensible y familiar nos resulta la duda de Zacarías! Finalmente Zacarías cree y así como la duda lo había dejado mudo, la fe y la escucha, lo capacitan para alabar a Dios.
Ese hijo de Zacarías e Isabel, Juan el Bautista, es el gran profeta del Adviento. Vive en el desierto a la escucha de Dios y en la espera del mesías. El desierto en la Biblia es más que un lugar geográfico, es una actitud espiritual: en el desierto el silencio y la ausencia de cosas, permiten escuchar y estar atento.
La escucha atenta del Bautista, lo capacitan para reconocer al Señor cuando lo ve "¡Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!" (Jn1, 29)
Amigos, ¡Qué buen momento es el Adviento para ejercitarnos en la escucha! Pidamos con el profeta Samuel: "¡Habla, Señor, que tu servidor escucha!" (1Sam 3,10).
Escuchar a Dios hoy
La Palabra de Dios, no es algo del pasado, ya que Dios sigue hablando hoy. Tal como venimos reflexionando, nos habla en la Sagrada Escritura, pero también nos habla a través de la realidad. ¿Dónde? Aquí y ahora, en nuestra vida.
Dios habla, pero nosotros tenemos dificultades para escuchar. Empezando por lo más inmediato: somos seres encarnados, pero muchas veces no cuidamos nuestro cuerpo, no ordenamos nuestros tiempos, vemos mucha televisión y a veces nos entretenemos con programas procaces, abusamos del alcohol y ni hablar del consumo de drogas y otras adicciones peligrosas.
Otras veces, tampoco escuchamos las necesidades de nuestra alma: no tomamos tiempo para los afectos o para la reflexión; no hacemos silencio y nos llenamos de ruidos, no guardamos ese espacio tan necesario para la oración.
Como no nos escuchamos a nosotros/as mismos/as, nos resulta muy difícil escuchar a la realidad y a los hermanos.
Nos cuesta escuchar lo que pasa en nuestra ciudad, en el país y en el mundo, aunque nos aturdamos de noticieros, porque nos falta muchas veces la actitud reflexiva que nos lleve más allá de la noticia y porque no nos involucramos en los cambios necesarios para transformar la realidad. Tampoco escuchamos al medio ambiente y a sus necesidades: contaminamos, no cuidamos el agua, ni los espacios comunes, etc.
¿Qué decir del prójimo? Tenemos grandes dificultades para escucharnos unos a otros. A las parejas muchas veces les falta tiempo para compartir, comunicarse en medio del cansancio y del apuro es muy difícil.
En la carta sobre adicciones vimos qué difícil, pero qué necesario es comunicarse con los chicos y los jóvenes, tener esa paciencia, para preguntar, como Jesús, con humildad y queriendo saber "¿De qué venían conversando?". Cuando los jóvenes intuyen que de verdad nos interesamos por ellos, seguramente van a responder, entonces debemos tener el valor de escuchar, porque tal vez no nos guste lo que vamos a oír.
Aquí quisiera incluir a los niños, que les toca un tiempo difícil para transitar la infancia. No solemos prestar atención a sus pequeños relatos, a sus actitudes, a sus enfermedades crónicas o a su "portarse mal". Muchas veces son un grito sin palabras que nos dice a los adultos "aquí estoy" "préstenme atención, necesito más tiempo, más afecto"… ¡Qué gran error! Porque la comunicación en la familia se construye desde la más temprana edad.
A menudo, el cansancio de la vida nos lleva a no querer escuchar más problemas, entonces aunque estemos presentes, tenemos dificultades para escuchar a los vecinos, a los compañeros de trabajo, a los familiares, a los miembros de nuestra comunidad educativa o parroquial. Sentimos cansancio o pereza para preguntar (y estar dispuestos a escuchar) "¿De qué venían conversando?".
Acá, también tenemos que hacer un examen de conciencia como comunidad eclesial, y preguntarnos como Iglesia si tratamos de escuchar la realidad, la cultura, el reclamo de justicia de los pueblos. Aunque el Concilio Vaticano II nos habló de esta escucha a las realidades temporales, muchas veces no la practicamos. Por falta de humildad, por ignorancia, tal vez por miedo a sentirnos interrogados por los "signos de los tiempos".
Así leemos en el Documento de Aparecida: "la conversión personal despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida. Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y laicas. Estamos llamados a asumir una actitud permanente conversión pastoral. Que implica escuchar con atención y discernir "lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias" a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta" (DA 366)
Por eso como Iglesia Diocesana en este Tiempo de Asamblea que empezamos queremos tomar como modelo a Jesús Resucitado y escuchar las necesidades y angustias, las alegrías y esperanzas de los hombres y mujeres de hoy.
Bueno, amigos, les propongo que en este Adviento nos dispongamos con mayor firmeza en esta actitud de escucha. Que María nos acompañe en este tiempo litúrgico y en nuestra preparación a la Asamblea, que nos enseñe su actitud de profunda escucha a lo que va a suceder: el Nacimiento de Jesús en nuestra vida. Que Ella nos prepare para recibir a Dios esta Navidad,
Una fraterna bendición,
Jorge Casaretto, obispo de San Isidro
GUÍA DE TRABAJO
Tal como hicimos en otras cartas pastorales, nos vamos a ayudar con una guía de trabajo en nuestra reflexión personal y comunitaria. Este año la vamos a enfocar especialmente a nuestra preparación para la Asamblea Diocesana
1.Recorro mi vida, desde niño/a. ¿Cuáles son las personas por las que me he sentido verdaderamente escuchado/a? ¿Cómo eran esas personas? ¿Qué actitudes las llevaban a escuchar atentamente?
2.¿Sé escucharme y ordenar mis tiempos, mis deseos, mis afectos? ¿Cómo me doy cuenta?
3.¿Soy atento/a? ¿Puedo decir cuáles son en este momento las preocupaciones y las alegrías principales de las personas que viven conmigo? ¿y de la persona que trabaja o estudia a mi lado?
4.Preparando la Asamblea Diocesana, podemos preguntarnos: ¿Qué estamos necesitando qué Jesús escuche de nuestras comunidades, de nuestra realidad? ¿Qué venimos "conversando por el camino" sobre la realidad de nuestro barrio, país, Iglesia? De lo que venimos conversando en nuestras comunidades: ¿Cómo lo relacionamos con lo que nos propusimos en la última Asamblea Parroquial sobre todo en: Espiritualidad – Familia – Jóvenes- Acción Social, que fueron los cuatro desafíos pastorales que más surgieron de las 55 Asambleas Parroquiales realizadas en la diócesis?
5. Este Adviento, busco un momento para hacer oración frente al pesebre. Me quedo en silencio y trato de escuchar lo que Jesús quiere decirme este año con su Nacimiento.
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