jueves, 21 de octubre de 2010

El temor a los hijos



por Joaquín Rocha
Psicólogo especialista en Educación para la Comunicación

No podemos negar que las familias absorben, de la sociedad, la ausencia de autoridad, como así también el autoritarismo. Ambos extremos mantienen un hilo en común: el temor.

Esto sumerge a la familia en una crisis, que provoca que los padres no actúen con responsabilidad frente a ciertas conductas demandantes de los hijos.

Los padres temerosos se consideran erróneamente tolerantes y dejan que sus hijos tomen sus propias decisiones, establezcan sus propias normas y regulen solos su propio comportamiento.

La falta de autoridad genera en los niños: falta de seguridad y falta de respeto. Seguridad y respeto que los padres no poseen para ellos.

¿Por qué le cuesta tanto a un padre asumir y ejercer la autoridad? Una de las principales causas es la culpa que les nace por no pasar un tiempo suficiente con ellos, debido a la vorágine mercantilista en la que están metidos. Muchas son las veces en que, por creer en “más te doy, más te quiero” y no poder conceder aquello que suponen que sus hijos deben tener, les permiten actuar sin censurarles ningún acto, convirtiéndose, así, en cómplices. Si el niño es más fuerte que los padres, no se podrá sentir protegido por ellos. En otros casos, cuando los padres son inseguros y con baja autoestima, buscan ser aceptados por sus hijos, al no confiar en sus propias decisiones ni en su capacidad para defenderlas.

Son los mismos padres quienes después se lamentaran por sus hijos irresponsables, malos estudiantes, contestatarios, que caerán con facilidad en el alcohol y las drogas, y hasta incurrirán en acciones delictivas. La respuesta será: “No sé por qué es así, si le di todo”. Seguramente le haya dado de todo, excepto límites.

El no contradecirlos oculta otro temor: el dejar de ser querido por los hijos o, aún peor, que no los hagan sentir “buenos padres”. El miedo al conflicto y a inculcarles recuerdos indeseables colocan al sí por delante del no.

El objetivo como padres es hacer del hijo/a la mejor persona posible. No podemos hablar de excelencia en la educación, si falta uno de estos dos ingredientes: amor y límites. Esto ayudará a que las acciones del hijo estén encaminadas hacia la toma de responsabilidades, que reconozca sus errores cuando los comete, a ponerse en el lugar del otro y a ser solidario.

Los padres deben tener en cuenta que lo que se limita es la conducta no los sentimientos que la acompañan. Un límite puesto con respeto no afectará la personalidad del niño/a, sino que la fortalecerá. Un límite nunca debe humillar.
Es importante saber que la puesta de un límite no significa autoritarismo. Los padres temen ser represores y que su autoridad se exprese a través de la imposición.

La familia, como lo hemos venido diciendo, es la encargada de enseñar valores y modelos de comportamiento. Si bien no hay reglas fijas, ya que cada uno es diferente, se debe encontrar un equilibrio entre autoridad, límite y permisividad. Esto ayudará a lograr una simetría, y, de este modo, la familia no será trasmisora de una excesiva autoridad o excesiva permisividad. Bien sabemos que los extremos siempre son malos, y las consecuencias a futuro son, por demás, negativas.

Antes que nada, para enseñar a un hijo/a cuál es el camino más acertado, los padres deben ser conscientes y responsables de su propio camino. Deben mostrarle el adulto que los protege y guía. No necesitan ser sus amigos, pero sí estar dispuestos siempre a escucharlo y a guiarlo. Debe existir confianza, pero el padre siempre es el padre y jamás debe dejar de ejercer ese rol.

Fuente: San Pablo on line

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