lunes, 28 de julio de 2008

A cuarenta años de la "Humanae Vitae"


Como es bien conocido, la encíclica redactada por Paulo VI, aborda la cuestión de la transmisión de la vida y el problema de la natalidad. Tiene tres capítulos: el primero, dedicado a describir lo que el Papa denomina “un nuevo estado de cosas”; el segundo, desarrolla los principios doctrinales; y el tercero, presenta directivas pastorales.

Nuevo estado de cosas: En el primer capítulo, entre los temas que configuran la nueva situación se encuentran el problema demográfico, las condiciones de trabajo, vivienda y la vida económica y su influencia en la educación y crianza de los hijos, la valoración de la mujer y las adquisiciones científicas que controlan las leyes mismas de transmisión de la vida (HV 2). El Papa recuerda la competencia del Magisterio de la Iglesia para interpretar la ley moral natural y menciona el antecedente de los trabajos de la Comisión especial de estudio instituida por Juan XXIII en 1963.

Aspectos unitivo y procreativo del acto conyugal: El segundo capítulo, sobre los principios doctrinales, analiza la esencia y características del amor conyugal (humano, total, fiel y exclusivo y fecundo) y se detiene en la cuestión de la paternidad responsable. Luego, ante la problemática ética que plantean los nuevos métodos de regulación de la fertilidad, el Papa señala la importancia de respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial y reafirma “la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (HV 12).

Vías ilícitas para la regulación de nacimientos: Desarrolla luego las consecuencias que se derivan de los principios antes desarrollados y presenta las vías ilícitas para la regulación de los nacimientos, entre las que menciona “el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas” y “la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer”. Aclara que no se pueden justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos con el argumento del “mal menor” y, además, que es “un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda” (HV 14).

Licitud del recurso a los periodos infecundos: Entra luego a considerar la diferencia entre el recurso a los períodos infecundos y los métodos de regulación artificial de la natalidad. Al respecto, sienta la doctrina que acepta la licitud del recurso a los períodos infecundos: “si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de recordar” (HV 16). Aclara que “la Iglesia es coherente consigo misma” pues “entre este recurso [a los períodos infecundos] y los medios directamente contrarios a la fecundación, que siempre son ilícitos”, “existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales” (HV 16).

Graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad: Para ayudar a comprender la “consistencia de la doctrina de la Iglesia”, Pablo VI invita a los “hombres rectos” a considerar las consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad. Aquí es donde la encíclica revela su carácter profético y donde la experiencia de estos años ha demostrado que las graves denuncias que señalaba el Papa se han cumplido. En efecto, entre tales consecuencias señalaba “el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad”.

También señalaba el riesgo de que se pierda “el respeto a la mujer” y que ella pase a ser considerada “como simple instrumento de goce egoístico y no como a compañera, respetada y amada”. Advertía también que estos métodos se podrían convertir en un “arma peligrosa” “en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales”.

“¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz?”

La experiencia de estos 40 años nos permite constatar el carácter profético de la denuncia de Pablo VI. En efecto, hemos asistido al lanzamiento en todo el mundo y especialmente en los países más pobres a programas de salud reproductiva que han significado nuevas y sutiles formas de control de la población y de violación de los derechos de la persona y la familia.

Vale pues recordar que Pablo VI advertía que “en tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal” (HV 17).

Por ello, exhortaba el Papa: “sino se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar. Y tales límites no pueden ser determinados sino por el respeto debido a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según los principios antes recordados y según la recta inteligencia del "principio de totalidad" ilustrado por nuestro predecesor Pío XII” (HV 17).

La Iglesia, garante de los valores humanos: Finalmente, esta segunda parte de la Encíclica termina con una reafirmación de la importancia de la misión de la Iglesia, garantía de los auténticos valores humanos. Decía el Papa: “Al defender la moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana; ella compromete al hombre a no abdicar la propia responsabilidad para someterse a los medios técnicos; defiende con esto mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo del Salvador, ella se demuestra amiga sincera y desinteresada de los hombres a quienes quiere ayudar, ya desde su camino terreno, "a participar como hijos a la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres" (HV 18).

Directivas pastorales: El tercer capítulo de la encíclica está dedicado a dar precisas directivas pastorales con la finalidad de que la Iglesia, “Madre y Maestra”, pueda confortar a los hombres en el camino de una “honesta regulación de la natalidad, aun en medio de las difíciles condiciones que hoy afligen a las familias y a los pueblos”. Estas directivas incluyen un llamamiento a las autoridades públicas, a los hombres de ciencia, a los esposos cristianos, a los médicos y al personal sanitario, a los sacerdotes y los Obispos.

El Llamamiento final: la encíclica finaliza con un llamamiento a una gran obra de educación, de progreso y de amor sabiendo “que el hombre no puede hallar la verdadera felicidad, a la que aspira con todo su ser, más que en el respeto de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza y que debe observar con inteligencia y amor”.

Fuente: Movimiento Fundar

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